El Oficio de Escritor



El oficio de escritor tiene un fantasma que está siempre presente acechándonos. Es la hoja en blanco, abismo que parece desafiar nuestra creatividad e imaginación y que sólo logra su propósito cuando el escritor se esfuerza y no se entrega.

Pero si este escritor tiene algo que decir y tiene la intención de comunicarlo, la inspiración brota de los más mínimos estímulos que tiene la oportunidad de percibir durante todo el día y hasta de noche, a través de sus sueños.

Al oficio de escribir nos lleva la necesidad de expresarnos, de poner en palabras nuestro más fugaces pensamientos que fluyen como para ser contados y que intentan, por sobre todas las cosas, captar el interés del lector y de alguna manera llegar a cumplir la difícil empresa de sorprenderlo.

Me siento frente a la computadora todos los días de lunes a viernes con la intención de escribir tres artículos en distintos medios, uno de los cuales es éste; sin ninguna idea preconcebida, sólo con algunas palabras que anoto en una libreta que llevo a todos lados, que me sugieren las cosas que me pasan.

Recién cuando uno escribe sus experiencias o sus percepciones se da cuenta de la riqueza de la vida y de todo lo que pasamos por alto y no registramos.

Para apreciar cada instante hay que saber mirar, no sólo con los ojos sino también con el alma.

Todas las tardes salgo a caminar y doy tres vueltas alrededor del Jardín Botánico de Buenos Aires. Ayer, encontré a varias jóvenes mirando con preocupación a un pequeño gato que imprudentemente se había subido a un árbol y que presumían no podría bajar.

Se quedaron más de una hora deliberando y por fin se decidieron a llamar a los bomberos.

En mi última vuelta por ese lugar, los bomberos ya habían rescatado al osado gatito que recuperó su libertad y salvó posiblemente su vida gracias a la intervención de estas niñas.

No es la primera vez que los bomberos tienen que venir al Jardín Botánico para salvar a un gato. Ya lo he visto otras veces, pero lo que me conmueve es la sensibilidad de algunas personas y su preocupación por el bienestar y la supervivencia de un gato callejero que no es el suyo.

A mi me pasó con una planta que encontré en la cochera de mi casa que alguien había descartado y el encargado no se atrevió a tirar.

Todos los días veía a la planta en la oscuridad del garage, todavía verde y que parecía querer vivir a pesar de que nadie la regaba y de la circunstancia de haber sido rechazada.

Como creo que las plantas son seres vivos que también tienen alguna forma de conciencia, no pude ser indiferente a su mudo lenguaje y la llevé a mi balcón, a pesar de su aspecto poco agraciado.

Por alguna razón me sentí mejor cuando supe que se estaba recuperando y que se había liberado de su encierro para tener la posibilidad de seguir viviendo.

Básicamente el hombre como especie es bueno, sólo las terribles experiencias que a veces tiene que sufrir lo transforman en una persona insensible y cruel.

Hagamos lo posible para que nuestros hijos sean felices para que crezcan con la convicción de que en este mundo vale la pena vivir.