Cuento para pensar - El mago



Hace más de dos mil años, en los jardines de Babilonia, había un mago a quien le agradaba pasar el día admirando la belleza del lugar.
La gente que solía consultarlo en forma frecuente, lo podía encontrar todos los días contemplando extasiado la maravillosa combinación de la exuberante naturaleza en armonía con una imponente arquitectura.
Tenía una barba larga y blanca y un porte majestuoso que inspiraba mucho respeto; y hasta los nobles de la corte lo visitaban.
Podía curar tanto los males del cuerpo como las heridas del alma y no se cansaba de repetir a los que acudían a él que había muchos magos como él, que no conocían su poder; pero por supuesto, nadie lo podía creer.
Un día lo visitó en persona el mismo rey. Le sorprendió verlo aparecer sin su custodia, en lugar de mandarlo llamar para que concurriera al palacio, pero no dijo nada y muy respetuoso, se inclinó frente a él.
El rey, muy afligido, le confesó que por desgracia, esos jardines tan apreciados para él, muy pronto ya no los podría ver, porque en forma irremediable en breve, su vista iba a perder.
Como era el rey, le pidió al mago que le dijera de dónde provenía su poder.
El anciano le contestó presuroso que era algo muy fácil; sólo necesitaba creer, tener fe en un poder superior.
El rey, mostrándose muy molesto le dijo que eso era imposible porque no podía existir ningún poder superior a un rey.
El mago entonces le aseguró que sólo podría mantener ese poder terrenal, que es poco, comparado con el extraordinario poder sobrenatural al que podría acceder si tuviera un poco de humildad.
El rey se mantuvo altivo en su postura diciendo que un rey sólo puede ser arrogante porque no conoce la humildad.
El mago se incorporó y con gesto grave y voz serena afirmó resueltamente que un rey debe conocer todo para ser un buen rey, y que si reconoce que puede haber alguien más poderoso que él, perderá el miedo y será tan valiente que nadie lo podrá vencer; y que hasta recuperaría su vista con sólo creer.
El rey, se dejó caer a su lado muy abatido y triste, y casi en un susurro y desesperado quiso saber quién era el que tenía ese poder, porque los maravillosos jardines de Babilonia por siempre deseaba ver.