El Amor y la Burla del Destino




Juan estaba amargado, desilusionado, deprimido, porque después de tantos años, su mujer, en quien confiaba, lo había dejado.

Él había hecho siempre lo correcto, lo que se debe, postergando todas sus íntimas necesidades reales y ahora estaba solo, y todo lo que le estaba pasando le parecía una burla del destino.

La realidad no coincidía con su esquema de un mundo justo, según su idea de lo que era justo e injusto.

Incapaz de modificar una estructura de vida rígida, había hecho hasta ese día funesto del abandono, todo lo que hace el modelo del hombre supuestamente bueno, que hace lo que corresponde según su patrón cultural y lo que creía que los demás piensan que es correcto, menos lo que quiere.

De pronto se dio cuenta que no aguantaba más esa historia, que si no la cambiaba, su inconsciente buscaría la forma de encontrar una salida digna a lo que le había pasado, para darle sentido a la trama siniestra de su vida, y le carcomería por dentro las entrañas.

En qué se había equivocado, porque estaba seguro que había cometido un error durante mucho tiempo, el error de priorizar sus obligaciones, de creer que todo es esfuerzo en esta vida, que las vacaciones son para los vagos y que es mejor la rutina que la incertidumbre.

Pero si cambiaba todo entonces quién era él. Requería un modo de ver el mundo diferente, como nacer de nuevo, y eso a su edad, que es la edad cuando todo se da por sentado, es casi imposible.

Terminó su café que por primera vez hizo él mismo y se percató que se estaba observando desde afuera como si fuera un extraño y que además no le gustaba.

Tenía que tomar una decisión para poder seguir viviendo y tenía miedo de él mismo.

Como un adolescente que está buscando su identidad, tendía a ser extremista. La muerte o el cambio drástico, ser totalmente otro, el otro que postergó durante tantos años.

Se dio cuenta que todavía respiraba, que estaba vivo, que no importaba quien fuera, que tenía la oportunidad de re inventarse a si mismo, que si se lo proponía todavía estaba a tiempo y podía cambiar su propio mundo y el rumbo de su historia.

Hasta ese momento había hecho lo que había podido, con la pesada mochila de sus condicionamientos a cuestas.

Vislumbró una luz en su horizonte y se dispuso a enfrentar esa pesadilla y no ignorarla para que lo destruyera por dentro.

Se levantó decidido de su silla, buscó su celular y marcó el número de teléfono de su secretaria.