Después del Divorcio




Hay dos maneras de vivir un divorcio, aceptándolo o negándolo.

Aceptar un divorcio significa darse cuenta que todo a terminado definitivamente y que no hay ni habrá nunca más vuelta atrás; y que a partir de ese momento comienza una nueva forma de vivir sin esa persona, una vida que tendrá cosas positivas y negativas como también las tenía antes cuando estaban juntos.

El hecho de aceptar un divorcio como algo definitivo sin otra alternativa, les hace bien a todos y principalmente a los hijos, porque les permite pisar terreno firme y hacer el duelo por el progenitor que ya no vivirá más con ellos, para siempre.

Siempre las definiciones son saludables, porque lo contrario es la ambigüedad y el conflicto.

Aunque la separación de un matrimonio tenga un culpable, la mayoría de las veces la responsabilidad no es del todo de uno solo de los integrantes de la pareja. Existen siempre razones que han ido socavando la relación hasta llegar al límite insostenible del punto sin retorno.

El resentimiento expresa no poder aceptar la propia responsabilidad en los acontecimientos y negar las propias limitaciones y defectos.

Cuando uno de los dos resuelve terminar con el vínculo que por alguna razón no lo hace feliz, lo mejor es aceptarlo en buenos términos, porque hacer lo contrario sólo reportará sufrimientos para toda la familia.

Resistirse no cambia nada, sólo dilata el momento de volver a empezar otra vida que tal vez pueda ser mejor que la anterior.

No se puede obligar a alguien a que nos quiera, porque el amor es un sentimiento que brota desde adentro, nunca como resultado del esfuerzo que hace otro desde afuera.

Muchas de las separaciones son provocadas por problemas sexuales. Las inhibiciones de las mujeres, aunque parezcan tan liberadas, que no les permiten ser honestas y sinceras con sus parejas y prefieren fingir una satisfacción que no sienten hace que vayan acumulando frustraciones que son en definitiva las que terminan con la relación.

Muchos hombres se resisten a crecer y no saben tratar a una mujer. Creen que son como ellos, y siguen adelante con sus prácticas simples y directas creyendo que lo más importante es mantenerse siempre potente para poder responder.

Algunas mujeres viven el matrimonio como su principal objetivo y como excusa para seguir siendo siempre igual, sin interés en nuevos desafíos que signifiquen un crecimiento.

El hombre crece y la mujer se queda fagocitada por sus tareas hogareñas y el cuidado de los niños.

La vida moderna obliga a la mujer casada y con hijos a desempeñar múltiples roles que tiene que aprender a compartir con el hombre.

No basta con estar resplandeciente por fuera, es necesario estar dispuesta a crecer también por dentro.

Un matrimonio es ante todo una institución, una sociedad formada por amor, cuyos miembros tienen que compartir derechos y obligaciones, que atravesará por momentos felices y también difíciles, que sólo se podrán superar teniendo la suficiente madurez y sentido de las prioridades, utilizando la razón, el sentido común y principalmente practicando el arte de la paciencia, haciendo el esfuerzo necesario para ponerse en lugar del otro para poder comprenderlo.