Relatos para la memoria

Más allá del olvido

Dormitaba recostado en su reposera cuando el furor inesperado de la lluvia le hizo abrir los ojos tras un sobresalto. Pensó que lo esperaba un arduo día de trabajo pero recordó que era domingo y que podía permitirse descansar un rato más.
Sintió el repiquetear del agua en su ventana y su sonido trajo a su memoria otros días, otros años como aquel l982 que se había grabado a fuego en su mente y en su cuerpo.

Osvaldo era un excombatiente de Malvinas. Su reposo nocturno a veces se alteraba por el recuerdo de aquellas agobiantes jornadas donde el viento gélido calaba hasta los huesos.

La imagen de su amigo Bernardo, con el que compartiera los juegos de la infancia, aparecía de manera recurrente. Lo veía caer con el rostro ensangrentado en aquella oscura trinchera y despertaba sudoroso angustiado, sin poder controlar su desasosiego. Pese a la psicoterapia aún no podía superar ese episodio.

Cuando fue convocado, cuando estaba cumpliendo con el servicio militar tras haberlo postergado para completar sus estudios, en la base se encontró con Bernardo.

Habían vivido en el mismo barrio, asistiendo a la misma escuela, hasta que diversas circunstancias les trazaron caminos diferentes.

Por eso verlo derribado junto a él en esa tierra lejana, era más que un recuerdo doloroso.

Pero ¿Qué podía haber hecho para detener el curso de una bala? Era la pregunta que se hacía para poder convivir con esa pesada carga en su conciencia. Después escuchó las órdenes del comandante sin comprender, y alguien lo empujó junto a otros soldados, mientras una ráfaga de metralla iluminaba sus rostros ateridos.

Transcurrió mucho tiempo sin poder superar el trauma de la guerra, menos aún la muerte de Bernardo.

Ahora tenía cincuenta años, estaba divorciado, vivía solo y afortunadamente tenía un buen trabajo.

Solía correr los fines de semana por el parque cercano a su casa. Uno de esos días, descansando a la sombra de los árboles y disfrutando del aroma que septiembre dispersaba en el aire primaveral, vio a un hombre sentado en un banco leyendo un diario.

Se estremeció. ¡No era posible! Al verlo el desconocido lo saludó con la mano.

-¡Pero cómo! ¡¿Es Bernardo?!-se preguntó en voz alta.

Cuando se incorporó para ir a su encuentro, ya había desaparecido.

-Debo serenarme, no puede ser él. Tal vez alguien que se le parece...él murió.

Un mes más tarde, aquella situación ya no lo perturbaba. Una mañana mientras esperaba la luz verde del semáforo, vio pasar al mismo hombre. Quedó como paralizado.¿Y si no era una confusión? ¿Y si realmente estaba vivo? Las dudas lo abrumaron.

Quiso hablarle pero era muy difícil con una fila de autos aturdiéndolo con sus bocinas.

Al llegar a la esquina dobló y trató de ubicarlo. Por fortuna el tráfico le permitió conducir lentamente hasta que dio con él. Se bajó de inmediato y corrió para alcanzarlo.

-¡Bernardo! ¡Bernardo! –El hombre siguió caminado sin detenerse, pero Osvaldo lo detuvo.

-Perdón no quiero molestarte ,pero..¿.vos sos Bernardo Dició?

El lo miró con expresión distante hasta que finalmente dijo: -No, te equivocaste.

Diversas e inquietantes conjeturas comenzaron a alterar su mente, pero estaba decidido a descifrar aquel enigma. Subió a su auto y lo siguió hasta que se detuvo frente a una casa con jardín y tejas rojas .Una mujer de aspecto juvenil salió a su encuentro. No supo cuánto tiempo esperó allí .Se sentía confuso y con una gran ansiedad. Más tarde se acercó a la casa. Necesitaba saber que su amigo lo recordaba, era preciso que supiera que no lo había abandonado. Pero íntimamente lo que más anhelaba era lavar una culpa, un dolor profundo que aún lo laceraba.

De pronto la puerta se abrió frente a él.
-Hola soy Osvaldo Ramírez. ¿Te acordás de mí? Fuimos juntos a la primaria, nos encontramos en el ejército...-Le era difícil mencionar a Malvinas. Y siguió enumerando momentos del pasado esperando una respuesta una palabra de aceptación.

Después de escucharlo ,el hombre lo miró largamente ,luego sonrió y se alejó para siempre.



Literatura - Del libro Lejos del Edén de Maria Elvira Loberza