La Belleza, esa obligación




La mujer moderna no quiere ser diferente y en lugar de intentar mostrar su unicidad con orgullo se empeña en ser como las demás.

Así nacen oleadas de generaciones de mujeres que pretenden ser todas iguales para supuestamente no ser rechazadas ni descalificadas, con el deseo común de pertenecer.

Los jóvenes de hoy se sienten bien pareciéndose a sus pares y sólo se pueden identificar como grupo y no individualmente.

El espejo les tiene que devolver la imagen de alguien de onda, cool, que respeta los códigos al detalle y no deja entrever ninguna diferencia significativa que los distinga.

Es una forma de permanecer anónimos armonizando con el conjunto, mimetizándose con el resto, pareciéndose y haciendo lo mismo.

Así, lo bello es lo que se parece al patrón establecido por la mayoría y no representa las cualidades personales individuales.

La percepción de lo que es bello cambia con la época, y es así que en algunas tribus de Taiwán, por ejemplo, se consideraba bello un rostro totalmente tatuado con símbolos mientras que para el resto del mundo esa particularidad le puede otorgar el calificativo de desfigurado.

Los tatuajes eran para ellos lo que es el maquillaje para nosotros, aunque signifiquen distintas cosas. Un tatuaje tribal tiene un significado simbólico que expresa una jerarquía y una identidad, en tanto que el maquillaje a la manera occidental es una máscara que cubre las imperfecciones y realza las formas según lo que dicte la moda, con un objetivo estético.

En este momento en occidente es más importante ser bello que inteligente, porque la inteligencia no se ve a simple vista y la belleza si, además lo bello vende, una cara bonita abre puertas y consigue contratos, más ahora que permanecen eternizadas en el tiempo por más que envejezcan, gracias a los artilugios de la fotografía.

Como ninguno está dejado de la mano de Dios, el que es feo suele ser simpático, carácter que envidian los lindos que por lo general son de madera e incapaces de decir algo con ingenio.

El feo puede darse el lujo de mostrarse como es, porque no tiene nada que perder, pero al lindo lo carcome la inseguridad de perder algo de su encanto prefabricado y se puede sentir vulnerable si abandona su pose.

El desenfreno por ser más bella a toda costa, lleva a la gente a sacarse o ponerse prótesis en cualquier parte del cuerpo, a recibir químicos a someterse a peligrosas y reiteradas operaciones según los dictados de la moda y sin tener en cuenta su propia fisonomía.

El resultado es el surgimiento de un nuevo ser humano, robotizado, que cambia todos los años algún aspecto de si mismo para intentar cumplir con los patrones de belleza que se esperan hay que tener para poder cotizar en el mercado de valores sociales.

La belleza física es un producto de consumo, porque representa la mejor carta de presentación en un mundo materialista y competitivo, donde el valor de la carne aumenta día a día.

El problema es la falta de sensibilidad, porque cuando se pierde la capacidad de sentir se ve nada más que lo superficial, que es lo que se empeñan en mostrar los que se creen sus propios disfraces y se convencen que son lo que parecen ser.