La Violencia Verbal




El violento verbal siempre tiene a mano una buena colección de malas palabras e insultos para molestar a los demás, como si disfrutara desparramando malestar a su paso.

Su locuacidad urticante toma por sorpresa al otro sin dejarle la oportunidad de contestar con la misma agudeza, por no compartir el hábito de agredir con la palabra por cualquier minucia, de la misma forma.

Estas personas ponen a prueba la paciencia y tolerancia de sus interlocutores que muchas veces tienen que hacer verdaderos esfuerzos para controlar sus reacciones lógicas.

Todos conocemos a alguien así, que no puede controlar la catarata de palabras que cualquier situación que le parece adversa desencadena, sin medir consecuencias.


Los sufrientes familiares cercanos tienen que convivir con ellos y depender del humor de estos sujetos que a duras penas pueden tolerar.

Esta gente se acostumbra a vivir en silencio, tratando de no provocar sus reacciones desmedidas por pequeñeces, viéndose obligados a elegir las palabras para no producir malos entendidos que despierten su furia.

Los violentos no están de acuerdo con ninguna idea, parecen estar en contra de todos y jamás están dispuestos a aceptar ninguna iniciativa o propuesta que no sea de él.

Lo más lamentable es que algunos que no tienen más remedio que frecuentarlo pueden atribuirse la culpa por sus reacciones, cuando en realidad siempre son ellos los que han adoptado esa forma de vincularse con los demás, por alguna oscura razón.

El violento verbal intimida y ofende sin ningún miramiento con el objetivo de mantener su autoridad por medio del temor. Pero en el fondo es inseguro y es él el que teme el rechazo, debido a su dificultad para establecer vínculos sanos de otra forma.




Esta violencia es un recurso fallido para conectarse, para hacerse notar y llamar la atención donde se encuentre, con sus bravuconadas para sobresalir y mitigar así su complejo de inferioridad.

Disfruta haciendo sentir a los demás inferiores, aparentando saberlo todo y pretendiendo tener siempre la razón, logrando con su violencia que los demás cedan para evitar males mayores.

Sin embargo, estos sujetos no suelen ir más allá de sus palabras, la mayoría de las veces, porque son cobardes, se van de boca y no les queda fuelle para otra cosa.

Son de palabras vacías, huecas, que les sirven como catarsis para desahogar sus broncas por su propia inoperancia e incompetencia.

El problema de estas personas es con ellas mismas y su descontento por el conflicto entre lo que son y los que aspiran a ser, que proyectan en los demás por medio del sarcasmo, la ira, la manipulación, la inestabilidad y las continuas contradicciones.

El violento verbal puede desconcertar con conductas cambiantes que puede confundir a quienes los rodean y que tienen el único objeto de centrar la atención en él de cualquier forma.

La violencia familiar ocasionada por estos sujetos obstruye el crecimiento y paraliza los proyectos del grupo, porque la energía se utiliza para defenderse de las agresiones y en calcular las estrategias de conducta que puedan evitar sus gritos y malos tratos.

El violento no tiene nada que perder porque sabe que no es querido ni aceptado, de modo que estará dispuesto a superar los límites que ponga a prueba la paciencia de los que lo rodean.

El objetivo de la familia debe ser evitar los enfrentamientos y ser prudentes, porque estas personas a veces, no se pueden controlar y pueden llegar a provocar verdaderas tragedias.

El agresivo verbal no puede tener enemigos, de modo que lo mejor, si es que no podemos evitar su trato, es convertirse en su aliado, haciéndole creer que estamos de su lado. Porque lo peor que puede pasar es contestar con la misma violencia.