Amo a mi novio pero me gusta otro.




Esta afirmación pertenece a una adolescente, que como todas las adolescentes se enamoran del amor, tienen el impulso de adherirse a cualquier objeto amoroso, no pueden discriminar entre ellos y se arriesgan a sufrir las consecuencias y además a quedarse sin nada.

No se puede jugar con el amor, ya que desde que el hombre existe ha demostrado ser un juego demasiado peligroso, porque los damnificados se lo pueden tomar muy en serio y urdir serias venganzas.

La vida está llena de tentaciones a cada paso, son como pruebas que nos depara la existencia para fortalecer nuestro carácter; y sólo la sabiduría nos permite no caer en ellas.

Hay una regla de oro que se debería conocer: todas las acciones en este mundo tienen una consecuencia lógica y del mismo tamaño, que es ineludible, pero que podemos prever si resolvemos actuar en la vida con inteligencia y decidimos controlar nuestros dudosos impulsos.

Hay que desconfiar de los enamoramientos, de sentirse alienado y confundido con una presencia que no tiene otro significado que la simple atracción sexual; porque esa persona que los atrae tienen además un temperamento, un carácter, una forma de ver el mundo, un modo de relacionarse y de existir que puede no conformarlos con el tiempo.

El sexo debería ser lo último, no lo primero, como lamentablemente ocurre ahora. La entrega debería ser de una persona total a otra, cuando ambos ya se conocen y necesitan expresar su amor de una manera más íntima.

La entrega sexual es la culminación en una unión, no el principio, porque deja huellas físicas y también emocionales profundas.

Una vez unidos sexualmente, la pareja adquiere un mayor compromiso afectivo que al romperse hace más daño, aún cuando las causas se justifiquen.

Pero una adolescente puede caer en esta trampa y estar orgullosa de sus conquistas fuera de su pareja, y sentir que su autoestima se eleva y que es dueña del mundo cuando se da cuenta que todos la desean.

Pero ser deseada no es lo mismo que ser amada.