Odios Familiares




La relación familiar se caracteriza esencialmente por los lazos de sangre, pero no siempre esta es una condición que garantice la relación armoniosa de sus integrantes.

La familia nos enseña a relacionarnos, de modo que si estas relaciones fracasan y no se pueden hacer buenos vínculos a prueba de dificultades, incompatibilidades e intereses, difícilmente se podrán establecer buenas relaciones en otros grupos.

Me he encontrado con no pocas personas que han decidido dejar la familia atrás y empezar una nueva vida ignorándolos por completo, debido a viejos resentimientos y antiguas heridas narcisistas.

Algunos no han visto a sus padres por años, tampoco a sus hermanos o a sus hijos.

Si hurgamos más en el meollo de las cuestiones que tiene cada uno para separarse definitivamente de sus familiares directos, nos damos cuenta que las diferencias no han sido muy distintas de las que la mayoría ha tenido con sus respectivas familias. Lo único que cambia es la actitud frente a ellas.

Lo más grave es darse cuenta que gran parte de la gente que no ve a algún familiar muy cercano o a toda su familia desde hace mucho tiempo, ha sido por problemas de dinero, ya que lo más común en el caso de las peleas entre hermanos son las discusiones por las herencias.

A pesar de que existe la ley para resolver esas situaciones, existen arreglos familiares previos que no están escritos y que algunos intentan hacer valer en el momento de la división de bienes.

Esos acuerdos espurios que a veces dejan a algunos herederos afuera, son la causa de todos los males.

Lo que ha dicho alguna vez alguien que ahora está muerto suele convertirse en palabra santa en el momento de la división de bienes, salvo que al deudo damnificado no le importen sus deseos y recurra a los tribunales para hacer valer sus derechos

Esa pretensión suele ser el motivo de discordia entre hermanos que alguna vez se quisieron o por lo menos se toleraron, convivieron y jugaron juntos y que ahora, separados por una cantidad de dinero que a veces es irrisoria, se enfrentan en los juzgados, acompañados de sus abogados, para no hablarse ni saludarse, como si fueran grandes enemigos.

A veces son los padres los que rechazan a sus hijos porque no cumplieron con sus expectativas, porque su amor tenía condiciones, ser una prolongación de ellos mismos.

Renegar de las raíces trae consecuencias, como todo lo que es perverso en esta vida, entendiendo por perverso, algo que no sigue el normal desarrollo porque se ha torcido en el camino.

Los nietos se quedan sin abuelos, los hijos sin sus padres aunque estén vivos, o sin hermanos ni sobrinos, la familia se reduce al núcleo de padres e hijos que han perdido las raíces generalmente, sólo por cuestiones de dinero.

Así la nueva generación aprende que el dinero es lo más importante, porque se prioriza sobre las personas allegadas que parece que no importan.

Muchos han perdido a una numerosa familia por una casa, o un departamento, por no querer compartirlo con los demás que pueden tener el mismo derecho, porque por voluntad del muerto, que no dejó nada escrito, los quiso desheredar para premiar al que lo ayudó y tuvo más cerca.

El muerto puede equivocarse cuando deshereda a sus hijos, porque en este país, no se puede quitar la herencia a los hijos, aunque lo hayan defraudado, lo hayan abandonado o lo hayan herido con sus acciones.

Pero sí hay que escuchar la voz de los que han fallecido cuando han expresado su deseo de que alguien más, no contemplado legalmente, pero que consideraba merecedor, reciba lo que corresponda sin emitir juicios ni sentirse defraudado, porque es más gratificante dar que recibir.

No hay mejor dinero que el que uno se ha ganado. Las herencias sólo sirven para dividir personas y si son grandes, para crear parásitos que sólo viven para malgastarla.

Conozco a alguien que en su lecho de muerte se negó a ver a su hermano, porque no le pudo perdonar los agravios. 

Estar separado de la familia ensombrece el alma, porque seguramente en el fondo la mayoría que cree odiarla,  desearía volver a verla y hacer las paces, pero no pueden, por falso orgullo, por no saber pedir perdón y atreverse a llorar juntos.