El Clima y el estado de ánimo




El hombre y la naturaleza se relacionan y forman una unidad indivisible. Aparentemente estamos separados, pero estamos también íntimamente ligados.

No olvidemos que al respirar, el aire que penetra en nuestros pulmones nos permite estar vivos y alcanza y oxigena hasta la última de nuestras células; y a la vez, cuando exhalamos anhídrido carbónico estamos ejerciendo una importante influencia en nuestro medio ambiente.

Acompañar los cambios climáticos nos puede beneficiar y enseñar a estar más en armonía con la naturaleza.

El clima se manifiesta en nosotros, según las circunstancias.

Si el tiempo está despejado y el sol brilla, nuestro estado de ánimo suele estar alegre sin otro motivo más que el gozo de un día soleado, deseamos salir, nos sentimos más activos, más animosos, con más entusiasmo.

Si en cambio, está nublado, la naturaleza luce más descolorida, más inhóspita y menos placentera y el gris del ambiente nos contagia una sensación de tristeza que nos lleva a salir menos y dormir más o bien a enfrascarnos en trabajos que no mantengan ocupados adentro.

Cuando llueve muchos se deprimen, lucen desganados y tristes y se lo pasan escudriñando el cielo, esperando que despeje y salga el sol.

El frío nos entumece el entusiasmo, nos lleva a ensimismarnos, a meditar, a pensar en cosas tristes, en la vejez y en la muerte y hasta nuestros poros se cierran para protegernos de sus rigores, invitándonos a concentrarnos en nosotros mismos.

El calor nos devuelve la vida, nos rejuvenece y todo se hace más fácil, nos derretimos bajo el sol pero nos queda la piel con un maravilloso tono bronceado, podemos disfrutar del agua, nadar y hacer ejercicio. Recuperamos el bienestar naturalmente, sin necesidad de estufas o radiadores.

En países tropicales, a pesar de ser regiones en vías de desarrollo y tener grandes bolsones de pobreza, la gente es alegre y esa alegría la expresan a través de la danza y el canto, principalmente donde el clima es más caliente y la gente más pobre; porque el clima caluroso se presta para pasarlo al aire libre, disfrutar de la naturaleza, del amor, del fruto de los árboles, de la brisa suave y del perfume de las flores, todas cosas que nos llevan a imitar a la naturaleza y nos levantan el espíritu.

Los países de clima frío, incluso en el verano, mantiene a las personas recluidas en sus hogares, son regiones próximas a los polos, los días son más cortos y la personalidad de sus habitantes suele ser más melancólica, sus rasgos menos expresivos y su piel más blanca.

Donde el rigor del frío arrecia, el alcohol suele ser la manera de combatirlo, porque alegra los corazones y calienta el cuerpo, pero si se convierte en una adicción se transforma en un problema social, común en países nórdicos, a pesar de su alto nivel de vida.

Con el otoño también la gente se identifica, principalmente cuando coincide con la etapa de la vida que está atravesando, más cerca de la vejez que de la madurez.

Las hojas de los árboles caen y forman una alfombra dorada, las ramas quedan desnudas, como muertas, anticipando el invierno, símbolo del final de la vida.

Pero la vida no termina, porque en la naturaleza todo vuelve a nacer y por qué no nosotros que formamos parte de ella.

La naturaleza es la prueba irrefutable de que los finales no existen, sólo son etapas que conducen a otras nuevas, donde todos renaceremos de alguna forma restableciendo un nuevo ciclo evolutivo.