Aprender a escuchar




Estamos acostumbrados a interpretar conductas en lugar de observar, escuchar y entender.

Estar callado no significa estar enojado, ni malhumorado. Llorar no necesariamente quiere decir que una persona está triste o depresiva.

Los mensajes de los gestos son ambivalentes y no permiten entender qué nos están queriendo decir. Lo mejor es remitirse a las palabras, preguntar y escuchar sin juzgar y quedándose callado.

En un diálogo donde hay mucha emoción contenida lo mejor no es emitir una opinión porque lo que da mejores resultados para la persona que sufre es permanecer sin hablar, porque la gente, lo único que necesita en una situación difícil es que la escuchen.

Porque es probable que la persona necesite poner en orden sus ideas, escucharse a si mismo en voz alta, aclarar su perspectiva y buscar soluciones y no escuchar las ideas ajenas, ya que lo más operativo para su bienestar será que encuentre sola la salida.

Los calificativos que empleamos para designar a una persona son juicios subjetivos que no tienen validez objetiva, porque depende de la forma de pensar, de la relación que existe entre ambos y de sus experiencias vividas.

Una persona es un mundo de significados donde no le resulta fácil entrar a otro, que también pertenece a otro universo con sus propios valores y puntos de vista; y no siempre los mundos en que vivimos son perfectos, porque cargamos con la mochila de los condicionamientos que nos llena la cabeza de ideas, creencias y prejuicios que nos impulsan a juzgar a los demás tomando como referencia todo nuestro pasado.

Por eso, antes de hablar, es preferible escuchar, estar atento, no incurrir en el error de prejuzgar, definir o discriminar, sin saber, sin conocer, sin pensar. Realizar una escucha interesada que refleje comprensión, sin interrumpir, ni referirse a cosas del pasado.

Como dos mujeres que se encontraban en un funeral, que se pusieron a conversar, al lado del cadáver que yacía en el féretro, que por haber fallecido en un accidente estaba irreconocible.


- Pobre, siempre se preocupó tanto de su apariencia. Si se pudiera ver cómo luce en el cajón ahora, sin duda volvería a morirse de disgusto.
- Es cierto, qué valor para hacerse tantas cirugías, se diría que conocimos a más de una persona, porque después de la última intervención quirúrgica otra vez parecía otra.
- En realidad nunca la conocí bien quién realmente era.
- Yo tampoco, la pobre tenía una personalidad tan frágil como su matrimonio, que apenas duró dos años.
- ¿Cómo? ¿Se había casado?
- Si, pero se divorciaron enseguida, porque él era alcohólico y ella adicta a las pastillas. Además es difícil una relación cuando se trata de dos personas maduras que fueron tanto tiempo solteros.
- Pero, no era tan madura, apenas tenía treinta años
- No, no, tenía cincuenta cumplidos, yo estuve en su cumpleaños
- ¿Pero, cómo se llamaba, de quién es este funeral?
- Luisa Aguirre, mi compañera de la escuela secundaria
- Perdón, mi funeral es el de al lado.