Ayudar tiene un límite



A todos nos gusta ayudar y también que nos ayuden si lo necesitamos.

Ayudar nos hace sentir bien, fuertes, poderosos, eleva nuestra autoestima y nos libera de las culpas.

Muchos están dispuestos a emigrar a países que sufren grandes catástrofes para ayudar; y hasta a quedarse a vivir en lugares inhóspitos donde abundan las necesidades insatisfechas, para ayudar.

La Madre Teresa de Calcuta fue una gran samaritana que consagró su vida a los desposeídos que morían en las calles de la India por ser parias, sin tener un lugar para vivir ni para morir.

Ella, contrariando la voluntad de sus superiores eclesiásticos, fundó una nueva orden en la India dedicada a la atención de los moribundos. Finalmente logró sus propósitos y su orden fue reconocida por el Vaticano.

Existe mucha gente que se dedica a obras de caridad, trabajando como voluntarios en fundaciones, cooperadoras, salas de primeros auxilios, atención para jóvenes embarazadas, etc.

Se presentan a esas instituciones muchos interesados para trabajar como voluntarios, pero en general no duran mucho y al poco tiempo abandonan.

Por esta razón es difícil mantener estas organizaciones con personal sin sueldo.

Creo que no se necesita ir a la India ni a África para ayudar al prójimo. Lo más conveniente, si se desea ayudar, es apoyando y sosteniendo a los que tenemos más cerca que necesitan de nuestra ayuda.

Es muy fácil, sólo requiere prestar atención a las necesidades de las personas que conocemos y que decimos que queremos.

A veces resulta difícil ayudar a un familiar enfermo o necesitado debido a antiguas querellas o resentimientos, sin saber que es la oportunidad que tenemos de reconciliarnos y quedar limpios de culpas.

Ayudar al prójimo es una necesidad interior que todos tenemos, sólo tiene que aflorar en el momento que realmente se requiere nuestra ayuda, no en otro.

Cada vacío externo que observamos a nuestro alrededor nos está indicando que requiere nuestra intervención o por lo menos tomar conciencia de esa falta para hacer algo, cualquier cosa, lo que esté a nuestro alcance, lo que podemos y no otra cosa, menos resistirnos ignorando la situación y mirar para otro lado.

Ayudar tiene un límite, el de nuestras propias fuerzas y capacidades. Porque es inútil tratar de ayudar haciendo cosas que no nos agradan. Lo mejor es dar lo mejor de nosotros mismos con placer, para que los demás tengan la posibilidad de compartirlo.

Ayudar es curar, alimentar, acompañar, vestir, enseñar, trabajar, cuidar, proteger, atender, escuchar, entender, comprender, educar, sostener, alentar, sonreír y apoyar.

Ayudar nos proporciona felicidad y satisfacción y mejora nuestro estado de ánimo y nuestra salud.

No se trata de dar lo que nos sobra sino de dar lo que mejor tenemos para dar, lo que nos gusta hacer y lo que nos ayuda a nosotros mismos a cumplir con nuestro propósito.

Porque para dar es necesario estar bien con uno mismo, perfectamente dispuesto y equilibrado, para no abandonar nuestra misión en la mitad del río con el caballo cansado.