Meditación en la luz



La meditación nos permite estar con nosotros mismos, detenernos en el acalorado trajín cotidiano para dejar de pensar, terminar con el diálogo interno y llegar a introducirnos en el intervalo entre los pensamientos donde existe un silencio reparador.

Hay una forma de meditación que es recomendable para hacer por lo menos una vez al día, que se conoce como meditación en la luz.

Su práctica es la siguiente:

Sentados, con la espalda erguida y los ojos cerrados, comenzar a respirar con la nariz en forma profunda llevando el aire hasta la parte baja de los pulmones.

Pensar en cada una de las partes del cuerpo e ir relajándolas una a una en forma consciente empezando por los pies para finalizar en la cabeza.

Una vez profundamente relajados, concentrarse en el entrecejo e imaginar una luz, que puede ser la luz de una vela.

Imaginar que la luz se introduce en el centro de la cabeza e ilumina la mente, haciendo que los pensamientos se purifiquen, se embellezcan y se aclaren.

Continuar llevando la luz hacia los oídos para que aprendan a escuchar solamente lo bueno, luego conducirla hacia los ojos y pensar que sólo verán lo bueno en la gente y en cada circunstancia de la vida.

Luego, iluminar la boca para hacer que todo lo que pronuncie sean palabras puras y que jamás saldrá de ella ningún agravio a persona alguna.

Seguir con la nariz, sentir que la luz entra con cada aspiración profunda e ilumina los pulmones y que cada vez que respires de ahora en más podrá purificar y sanar todo tu cuerpo.

Llenar toda tu cabeza de luz, cada sector, cada tejido, cada célula, tanto por dentro como por fuera y luego comenzar a bajar hacia el cuello y los hombros que resplandecerán de luz y se relajarán aún más.

La luz seguirá bajando hacia los brazos y manos para que nunca te sirvan para hacer daño a nadie sino sólo para hacer el bien y ayudar.

Luego, continuar bajando hacia las piernas y pies y visualizarlos iluminados para que se fortalezcan y puedan conducirte hacia donde te necesiten.

Volver la luz hacia el abdomen e imaginar cada órgano completamente iluminado y resplandeciente con una luz sanadora y purificadora.

Después, llevar la luz al pecho y llenar el corazón de luz para que se transforme en amor.

Expandir ese amor hacia los seres queridos visualizándolos llenos de luz y enviándoles amor.

Llenar de luz el hogar, luego la ciudad, el país y el mundo como una gran esfera de luz.

Finalmente, visualizar todo el Universo lleno de luz y luego únete a él.

Cuando todo sea luz ya no habrá diferencia entre tu y el Universo, porque todo es luz, todo es amor, todo es uno.

Fuente: Revista "Un mundo mejor" de Claudio María Dominguez, número 1