Verdades que matan


La verdad duele, por eso lo mejor es cubrir con un manto de piedad las miserias de los demás y guardar silencio.

Decir la cruda verdad no siempre se puede hacer porque puede causar daño, pero tampoco es ético andar diciendo mentiras aquí y allá para quedar bien.

Sin embargo existe el tacto, la ubicuidad, esa virtud que tienen los diplomáticos para no herir susceptibilidades y crear conflictos internacionales.

Significa saber conducirse formalmente, teniendo en cuenta, las debilidades, los sentimientos, las creencias y la filosofía que pueden tener los otros, y evitar herirlos con nuestros más genuinos pensamientos, que no tienen por qué tomar estado público ya que nosotros no siempre podemos saber con exactitud si son ciertos.

No siempre nuestra mente tiene que ser tan transparente y volcar todo su contenido sin filtro porque no sabemos qué eco pueden tener nuestras apreciaciones por más buenas que sean nuestras intenciones.

Una persona que no tiene pelos en la lengua y no tiene reparos en decir la verdad y nada más que la verdad siempre se arriesga por ejemplo, a perder su trabajo, si el que lo está escuchando es su jefe.

Además, no es sólo el contenido lo que a veces enfurece a quien va dirigido, sino el tono, teniendo en cuenta que puede ser interpretado como un desplante, una ofensa, una burla, una demostración de superioridad, falta de humildad, soberbia, pero jamás como la buena intención de un amigo.

La mentira es la máscara de la falsedad pero la verdad tiene cara de hereje; y ambas pueden ser muy dolorosas.

Por eso es tan saludable y misericordioso el silencio, saber escuchar antes de hablar, y conocer al otro para saber cuándo una crítica constructiva se puede convertir para él en destructiva y terminar con una buena relación de muchos años.

Estoy convencida que toda crítica a otro es completamente inútil, porque el juez más implacable que existe es uno mismo, y creo que todos tenemos el derecho de no querer darnos cuenta de algo que aún no tenemos del todo resuelto.

La mentira piadosa o blanca sigue siendo una falsedad que como el cero no agrega ni quita nada, porque es pura ficción, algo que no existe, una fábula que sólo confunde y tiende a multiplicarse como un virus hasta el infinito; porque para mantenerla viva hay que decir más y más mentiras.

La verdad de todo esto es que el que siempre dice la verdad a calzón quitado, sin tener en cuenta cómo lo va a tomar el otro, se va quedando irremediablemente solo.

Seguramente se preguntarán cómo hay que hacer para ser sincero y al mismo tener amigos que a uno lo quieran. Bueno, no es fácil, pero se puede, hay que ser compasivo, ponerse en el lugar del otro e imaginar cómo se puede sentir cuando le dicen que está más gordo, que se está quedando calvo sin remedio o que vieron a su novia con otro; porque él todo eso ya los sabe pero necesita tiempo para incorporarlo a su identidad y que esos hechos sean carne de su carne.

Es mejor saber la verdad aunque sea dura, pero ¿por qué tenemos que ser nosotros los portadores de malas nuevas si naturalmente la verdad tiene siempre su propia fuerza para notarse?

No seamos obsecuentes ni tampoco tan deslenguados como para no tener ningún reparo en decirles a los demás lo que no quieren oír ni saber, ni ahora, ni más adelante, ni nunca.