El Hombre que quería detener el tiempo



En un pequeño pueblo lejos de todos lados, vivía un relojero que tenía su negocio en su propia casa,  un antiguo edificio de madera de dos plantas, típico de esa zona.

Hacía muchos años que arreglaba relojes; se encargaba de atender las reparaciones de los relojes de sus vecinos, del alcalde, de la policía, de los bomberos; y además se ocupaba del buen funcionamiento del reloj de la iglesia y de los relojes de todos los edificios públicos del pueblo.

Pasaba la mayor parte del día en su negocio rodeado de relojes que le señalaban con rigor el paso del tiempo.

Él también se consideraba un reloj, un reloj biológico, que como tal debía funcionar sin parar bajo ninguna circunstancia.




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Atrás del mostrador, estaba su recámara, oculta por una cortina floreada, descolorida por el sol.  En ella había un pequeño comedor con cuatro sillas, un ropero y una cama, que por lo pequeña no parecía haber jamás sido compartida con ninguna dama; una mesita de luz destartalada y una cómoda con algunos portarretratos con fotografías antiguas.

La casa daba lástima; sin embargo él parecía que se sentía cómodo y satisfecho, consagrado totalmente a su trabajo.

Sin embargo, aunque parecía que en su cabeza no había pensamiento alguno, debajo de su ceño fruncido, una sombra en su mirada revelaba una seria preocupación por algo.

Tal vez estaba un poco loco, porque parecía que con el paso del tiempo con los relojes se había obsesionado.

Tenía la teoría de que era posible detener el tiempo si una persona puede vivir todos los días haciendo exactamente lo mismo sin hacer nunca ningún cambio.

Aunque su vida era monótona y aburrida y nunca cambiaba su rutina, él todavía no lo había logrado, hasta que un día se decidió por fin a probar su teoría actuando con más rigor tratando de hacer todos los días exactamente lo mismo sin cambiar nada.

Se levantaba a la mañana,  le daba cuerda a los relojes, tomaba el desayuno, y luego se sentaba en su taller a hacer reparaciones que por la tarde volvía a desarreglar para poder volver al día siguiente a hacer lo mismo.

Antes de cenar, se sentaba en la puerta y sólo saludaba a los que habían pasado el día anterior por su casa, al resto los ignoraba porque si reparaba en ellos serían un cambio en su rutina que le desbarataría sus planes.

Se acostaba siempre a la misma hora y hasta el día siguiente no se despertaba.

Poco a poco comenzó a notar que sus relojes atrasaban, era evidente que el tiempo pasaba más despacio desde que empezara su intento de detener el tiempo.

Se sentía contento, porque creía haber descubierto la forma de vivir para siempre ya que cuando todos los relojes se pararan habría logrado detener el tiempo.

Sin embargo el tiempo aún pasaba, aunque más lento;  hasta que finalmente llegó el día en que consiguió lo que quería, que a pesar de darles cuerda a los relojes como todos los días, éstos se fueron parando según sus planes uno a uno .

Se sintió muy satisfecho porque había conseguido lo que durante tanto tiempo se había propuesto, vivir eternamente y detener el tiempo.

Pero lo que sucedió fue que cuando el último reloj dejó de operar, también su corazón dejó de funcionar.

Malena
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