Histeria masculina


Los hombres que mienten, inseguros y miedosos son histéricos, porque seducen y actúan como si fueran los protagonistas de una obra y estuvieran en un escenario, hacen creer una cosa que después es otra y luego, sin tener en cuenta los sentimientos de sus víctimas, huyen y las abandonan sin una explicación, con una actitud deshonesta y cobarde.

Suelen ser muy atractivos, simpáticos y amables, hasta que de pronto, cuando se dan cuenta que la persona que cayó en sus redes desea que la relación crezca, se enfrían, y desaparecen sin decir nada.

La histeria es algo propio de la mujer, cuando se comporta en forma seductora pero renuente a entregarse sexualmente, pero ahora es también una característica masculina, del hombre que promete y no cumple.

El hombre histérico es un excelente actor, miente descaradamente, seduce a cuanta mujer conoce, la usa y luego la abandona como un objeto descartable.

Son personas inestables que aprovechan toda ocasión para pasarla bien, que se acercan en forma ambigua, con una actitud amistosa que adopta por momentos signos de ser algo más, pero sin definirse del todo, como si desearan dejar la puerta abierta para salir corriendo ni bien la relación se va tornando más seria.

Son narcisitas, galanes por excelencia que no maduran, que van minando la voluntad de cualquier mujer dándole a cada una lo que necesita, ilusionándolas,  diciéndoles lo que quieren escuchar, manipulando a sus presas hasta que caen rendidas, haciéndolo sentir irresistible.

Son simuladores que necesitan esas pequeñas satisfacciones para afianzar su hombría, pero que no se comprometen afectivamente.

Son hombres que se empeñan en hacer creer a las mujeres que son como no son, que las hacen sentir felices mientras dura su actuación, emulando a las mujeres histéricas que suelen hacer lo mismo con los hombres.

El mecanismo de defensa de la histeria es la represión sexual, por lo que son hombres que no se caracterizan por su gran potencia o por su insistencia en ir a la cama.  Más bien les gusta exhibirse con hermosas mujeres, principalmente las aparentemente inalcanzables, modelos, actrices, gente que sale en los tabloides; el acompañante ideal que todas envidian pero que es sólo una máscara.

Las mujeres caen bajo el hechizo del romanticismo y la sensibilidad que fingen con gran soltura, un ramo de flores, una caja de bombones, todo lo que ellas esperan que nunca se produce pero que ellos sí están dispuestos a brindar, porque es algo aprendido para sacar ventajas, las palabras bonitas, el asedio, los halagos, todas poses que alguna vez terminan sin ninguna razón coherente, dejando atrás un tendal de lágrimas que no se merecen.

Las mujeres creen todo lo que los hombres les dicen en un momento de pasión, pero esas palabras son huecas, sin contenido real, dichas sin un propósito a largo plazo y sólo para que adornen una velada.

Es como un juego en el que se ha hecho trampa, que al final termina dejando el sabor amargo de haber sido engañada.