Vecinos irresponsables del Botánico


Las mascotas de la ciudad de Buenos Aires generan setenta toneladas diarias de excrementos.  Lo que parece cosa de nada puede convertirse de un día para otro en una catástrofe sanitaria.

En la vereda que circunda el Jardín Botánico, algunos de  los vecinos que viven enfrente,  llevan a sus canes a hacer sus necesidades.  A veces son sus empleadas domésticas, que educadas por sus empleadores, hacen lo mismo.

Creía que ese hábito de elegir ensuciar las veredas de los lugares públicos porque no son propios, ya había sido desterrado definitivamente de las mentes de las personas que tienen el poder adquisitivo para vivir en departamentos lujosos, como los que hay alrededor del Jardín Botánico, pero estaba equivocada, porque aún existen quienes, a pesar de vivir en ese lugar,  les importa un comino si sus vecinos tienen que pisar los excrementos de sus perros cuando pasean.

El caso es que ese lugar se ha vuelto intransitable, ya que obviamente los animales tienen que defecar todos los días y no hay tarea de limpieza que pueda con ese aluvión de mascotas que domina ese territorio gracias a sus desaprensivos dueños.

Por ese motivo, cuando sortear esos obstáculos se convirtió para mi en una pesadilla,  decidí cambiar mi itinerario aeróbico y cruzar a la vereda del Jardín Zoológico.

Se imaginarán qué pude encontrar del otro lado, exactamente lo mismo, los mismos olores nauseabundos, suciedades por todos lados, que conviertieron a mi deseo de un agradable paseo en una odisea.

Yo tuve mascote catorce años, pero jamás hizo sus necesidades en la vereda de nadie.

Como afortunadamente todo, menos la muerte, tiene solución en esta vida,  dónde puede defecar el perro también.

Una posible solución que no es la mejor pero es algo,  es que absolutamente todos los que llevan perros a pasear, lo hicieran bajar a la calle, cerca del cordón de la vereda,  para hacer sus necesidades, el barrendero se la llevaría cuando pasa, sería más higiénico y no habría peligro para los transeúntes, de dar en el blanco.

Yo me pongo en sus lugares, y les propongo esa solución que es parcial, por supuesto, como tomar una aspirina para el cáncer, pero que puede mejorar un poco el mal estado de las veredas y permitir a la gente caminar por ellas.

Seguiría habiendo mal olor, y continuaría siendo un foco de contaminación y fuente de posibles enfermedades graves; porque no hay que olvidarse que la epidemia de peste que hubo en Europa se debió a la materia fecal que la gente arrojaba a las calles por no tener sanitarios en sus casas.

Cuando aparece una peste como el cólera, todos sin excepción van a buscar la lavandina y a lavarse las manos a cada rato.  No se acuerdan los que llevaron a su perro a defecar en la vereda de enfrente ni tampoco reflexionan sobre las moscas que suelen proliferar sobre los excrementos, que luego invadirán sus casas, porque son las más próximas, depositándose seguramente sobre sus alimentos.

Por favor, dejen de escupir para arriba, porque ustedes mismos son los que pisarán la caca de sus perros sin darse cuenta en la primera oportunidad que se les ocurra cruzar, para dar una vuelta.

Seguramente en esas cuadras de la calle Malabia, desde la Avenida Santa Fé hasta Las Heras, que es principalmente donde es imposible circular sin percibir olores nauseabundos ni pisar sin ensuciarse los zapatos, viven funcionarios públicos, maestras, educadores de todo tipo, políticos, profesionales que fueron a la universidad varios años; sin embargo ninguno de los que mandan a su perro a defecar enfrente aprendió las más elementales normas de urbanidad y siguen siendo los mismos inconscientes que iban a la escuela primaria.

No le echemos la culpa a nadie, porque cada uno sabe qué hace y qué no hace,  porque el cambio de una sociedad sólo será posible cuando cada persona individual cambie desde adentro.