La Sabiduría del Café



Los sabios no son sólo los que la historia recuerda; aquellos que han dejado una huella indeleble en gruesos volúmenes difíciles de leer hasta el final, e imposibles de llevar por ejemplo, en el ómnibus, cuando vamos o cuando volvemos del trabajo.

Sabios hay muchos más de lo que podemos imaginar; y hasta puedo aventurarme a decir que cada uno de nosotros tiene un sabio que lo acompaña siempre y que de vez en cuando se cruza con nuestros pensamientos banales de todos los días, como por ejemplo; qué habrá en casa para comer; qué me pongo, qué veo en la tele; tengo que pagar la luz y el gas, etc.; pero que sin embargo, igualmente decide a veces quedarse un rato y sin acobardarse de tanta mediocridad nos permite vivir una experiencia profunda.

El sabio aparece en los momentos en que tenemos la oportunidad, desafortunadamente, cada vez menos frecuente, de encontrarnos con algunos amigos o amigas en un café, que comparten algunos intereses.

De esas mesas de café suelen surgir frases que harían historia si quedaran registradas en algún lado, palabras dichas al vuelo que surgieron espontáneamente motivadas por el calor de una discusión, diferencias de opinión o puntos de vista distintos, planes extraordinarios pero irrealizables, proyectos utópicos, ideas descabelladas y otras no tanto.

Las cosas que decimos en esas reuniones de amigos o amigas, a veces tan llenas de lucidez y dignas de cerebros privilegiados que nos sorprenden también a nosotros mismos, parecen surgir de otro lado, no de nuestros cerebros domesticados acostumbrado a funcionar en piloto automático.

Las mesas de café además de activarnos nuestras neuronas, también son oportunidades de vivir la aventura de hacer catarsis, o sea, descargar la energía que todos reprimimos diariamente, atreverse a decir lo indecible, lo inesperado y ser diferente sin permanecer encasillado en un rol fijo; y además es el mejor escenario para dar a conocer la propia filosofía de la vida.

Las ocupaciones cotidianas son tantas que la mayoría no tiene más oportunidad de hablar que lo justo y va acumulando muchas cosas que quiere decir hasta llegar a sufrir un empacho de palabras que necesita expresar para poder conservar el equilibrio.

Por eso el canto y el teatro son terapéuticos, porque son formas de expresarse, de emitir sonidos y de eventualmente tener la ilusión de ser escuchados.

Tal vez la oración pueda cubrir la carga descomunal de palabras que todos conservan en estado latente en su interior, imaginando que “Él” siempre escucha.

Si uno no puede expresar en palabras lo que siente lo expresa con gestos de fastidio o con un beso o un abrazo, pero nunca es suficiente porque somos seres parlantes que necesitan decir sus sentimientos y escuchar los sentimientos que inspiramos en otros.

Las mesas de café, además de hablar y de ser escuchados, hacen sentir a los que las frecuentan que forman parte de algo y les permiten creer que son aceptados.