Sobrenombres, Alias y apodos




El sobrenombre es una forma aparentemente cariñosa de agredir y discriminar; significa el intento de rebajar al otro a la altura del que se atreve a etiquetarlo, subrayando usualmente una falla, un defecto o una característica física anormal, expresando la disposición de no considerarlo digno de ser llamado por su propio nombre.

Un sobrenombre puede acompañar a una persona hasta su tumba, porque se seguirá llamando “chiquito” aunque sea grande, “gordo” aunque haya adelgazado, “petiso” aunque haya crecido normalmente, negra aunque sea blanca, vieja aunque sea joven.

Los sobrenombres en general degradan e intentan poner a la víctima en ridículo.

Los alias describen una singular característica o un calificativo, como alias el chino, el doctor, el maestro, el guapo, etc., generalmente usado en los grupos de barrio y en las pandillas callejeras.

Es que cuanto más fracasan los amigos y más torpes se muestran, mejor se pueden sentir quienes no tienen nada de que enorgullecerse.

Mi hermana mayor se llama Marta, pero mi tío la llamó Negra desde que nació, porque era blanca pero de pelo negro.

Mi tía me llamó Malena pero mi verdadero nombre es María Elena.

En aquella época, llamarse Malena significaba tener que contestar a todos los que me preguntaban, que no era la Malena del tango.

Como era inútil resistirse, porque los sobrenombres se graban a fuego en el inconsciente colectivo de todos los que nos rodean, decidí aceptar llamarme Malena para los íntimos, pero para los de afuera era María Elena.

Tener dos nombres es una pesada carga, produce problemas de identidad, baja autoestima y uno se siente como si fuera dos personas.

Por fin un día me rendí, me entregué, dejé de luchar y ahora soy Malena para todos: mejor dicho, Malena Lede, que en realidad es un nombre falso, porque ni soy Malena ni soy Lede, porque mi nombre verdadero es María Elena Bernardi de Lede.

Desde el punto de vista psicológico, si tuviera que interpretar esta cuestión del doble nombre falso diría que soy un fraude, alguien que prefiere el apellido de su marido al suyo y que usa el sobrenombre, a pesar de haberlo odiado siempre, en lugar de su nombre verdadero. Una contradicción que a mi misma me cuesta entender; pero todos sabemos que nadie es perfecto y yo menos.

Tengo entonces plena autoridad para afirmar que los sobrenombres afectan la autoestima, producen problemas de identidad y si son discriminatorios o señalan defectos físicos, que no es mi caso, resultan ofensivos y degradantes.

Los sobrenombres dejan una huella profunda a nivel neuronal, o sea que influyen en la química de las conexiones nerviosas del cerebro y pueden condicionar la conducta.
Sin embargo, la plasticidad cerebral permite salir de ese condicionamiento y dejar de ser el “Gordo” o el “Loco”, porque también depende en gran parte de ellos mismos.

Lo que más puede afectar es el rótulo despectivo que ponen los seres queridos, porque son los que se consideran ciertos, los que se creen, los que convencen a la persona que fue etiquetada así, de que es inútil pretender ser alguien diferente.

Todas las personas, desde que nacen son dignas de respeto y denigrar con un sobrenombre humillante a alguien que no se puede defender porque es pequeño, es cosa de cobardes, de personas resentidas que necesitan agredir a los débiles porque saben que no pueden responder adecuadamente.

Antes de poner un sobrenombre a alguien hay que pensarlo muy bien, principalmente si es de la familia; intentar primero ponerse en su lugar y tomar conciencia que a esa persona seguramente le será difícil erradicar ese apodo mientras viva; que se convertirá en una carga más de las muchas que deberá llevar en su vida.