Más allá del mundo de los opuestos


Los opuestos son creaciones del pensamiento, por lo tanto son relativos.

El bien y el mal, la vida y la muerte, lo bello y lo feo, el placer y el dolor, constituyen partes de la misma unidad.

Para las tradiciones espirituales orientales, la verdad está más allá de los opuestos.

El Budismo tiene como objetivo fundamental trascender los opuestos que construyeron las emociones y el intelecto, para alcanzar la experiencia vívida de la unidad.

En Oriente, la persona virtuosa es la que es capaz de vivir en un estado de equilibrio dinámico entre lo bueno y lo malo.

Una de las polaridades de la vida es lo masculino y lo femenino. La cultura occidental ha valorizado más lo masculino que lo femenino, otorgándole la mayor parte de los privilegios sociales, lo que generó una sobrevaloración de los aspectos masculinos, como lo activo, racional, competitivo, agresivo, etc., mientras los aspectos femeninos, como lo intuitivo, religioso, místico, culto o psíquico fueron relegados y hasta suprimidos.

El modo femenino y masculino están dentro de cada persona porque son aspectos de la naturaleza humana que forman una unidad.

En la física moderna, a nivel subatómico, las partículas son a la vez destructibles e indestructibles; la materia es continua y discontinua; y fuerza y materia son distintos aspectos de un mismo fenómeno.

El espacio y el tiempo son dos conceptos que parecían diferentes, sin embargo la teoría de la relatividad los ha unificado.

Para el hombre occidental es muy difícil imaginar la realidad cuatridimensinal de la física relativista, porque sus patrones de pensamiento se desarrollaron en un mundo tridimensional.

En cambio, los místicos orientales son capaces de experimentar una realidad superior en estado de meditación profunda; y cuando quieren expresar esa experiencia con palabras tienen las mismas dificultades que los físicos que intentan interpretar la realidad de múltiples dimensiones de la física relativista, con el vocabulario ordinario.

A los físicos les costó aceptar el hecho de que la materia se manifiesta como partículas y como ondas, formas que parecen excluirse mutuamente, porque la onda se propaga de una manera diferente a la de la partícula, que implica una localización.

Las partículas no se propagan a través de las ondas sino que se mueven en forma diferente a medida que pasa la onda.

La onda transporta la perturbación que la produjo pero no lleva una partícula material.

El patrón ondular es una manifestación de la partícula, porque las partículas se comportan a veces como partículas y otras veces como ondas.

Las ondas relacionadas con partículas no son ondas tridimensionales reales sino que son ondas de probabilidad, la probabilidad de que las partículas se encuentren en ciertos lugares y con ciertas propiedades.

Como la partícula es un patrón de probabilidad, oscila entre la existencia y la no existencia. No está en un lugar fijo ni tampoco está ausente, lo único que cambia es el patrón de probabilidad, y esto hace que cambie su tendencia a existir en ciertos lugares.

La realidad es un océano de probabilidades, que se materialicen o no depende de nuestra intención, porque las partículas se materializan cuando son observadas.

Fuente: “El Tao de la Física”, Fritjof Capra.