Ausencia de límites




Una tragedia reciente pone en evidencia nuevamente la ausencia de límites que tienen los menores en la actualidad, quienes se atreven a tomar decisiones y arriesgar las vidas de otros y sus propias vidas sin ningún reparo y sin tener en cuenta las consecuencias.

La muerte de dos vidas jóvenes fue en este caso el saldo trágico de una acción irresponsable cometida por un joven de solamente quince años que se adueñó del automóvil de su madre para jugar a ser grande, con la más absoluta libertad.

Es probable que no haya sido ésta la primera vez que se animó a salir con el auto y que haya sido una conducta habitual con o sin la anuencia de sus padres.

Me pregunto por qué este joven se quedó con su abuela mientras sus padres aparentemente veraneaban. Tal vez no quiso acompañarlos considerándose demasiado grande para estar con ellos, como suele ocurrir con los hijos a esa edad que ya se creen adultos, pero la cuestión es que el hecho de quedar a cargo de su abuela y disponiendo de la llave del vehículo fue capaz de adueñarse de él y de llegar a cometer un trágico hecho irreversible que sin duda quedará para siempre en su memoria.

Los padres que no ponen límites a sus hijos están condenados a cuidarlos aún cuando sean adultos, porque seguirán siendo siempre niños y porque no se pueden saltear etapas ni madurar antes de tiempo.

Estos jóvenes por lo general están acostumbrados a hacer lo que quieren porque es probable que no tengan reglas y jamás las hayan tenido.

Es común ver a niños al volante y escuchar a sus padres orgullosos de sus hijos de ocho años capaces de manejar un auto, o a bordo de cuatriciclos que circulan a una velocidad capaz de provocar una tragedia.

No hace mucho se mató un niño corriendo carreras de kartings, un deporte que practicaba desde su más tierna infancia. Sus padres estimulaban su vocación y se dedicaban a acompañarlo a todas las competencias.

Me pregunto si es legal que un niño intervenga en ese tipo de actividades deportivas que ponen en riesgo su vida sin tener la edad suficiente.

Niños con esas habilidades es difícil que no se atrevan a tomar las llaves del auto de su padre y salgan a la calle sin permiso.

Acelerar el reloj no se puede y nadie madura antes de tiempo aún siendo muy inteligente.

La inteligencia no reemplaza la madurez porque la madurez exige maduración neurológica y experiencia.

La vanidad puede enceguecer cuando los padres se apropian de las cualidades de sus hijos como si fueran méritos propios, sin tener en cuenta que se trata de personas tan normales como otras sólo que más motivadas.

Los niños no necesitan que los padres los alienten a competir, porque ya la sociedad se encarga en forma suficiente de hacerlo.

Los hijos necesitan que sus padres los amen como son, en forma incondicional, solamente por ser sus hijos y no por su inteligencia o por cualquier otra habilidad específica que tengan; porque el amor incondicional es el anhelo más profundo de todo ser humano porque no exige ningún mérito.