Familias disfuncionales




Una familia es disfuncional cuando no cumplen con las expectativas de rol, cuando sus miembros tienen conductas inapropiadas, cuando existen conflictos interpersonales, abusos, adicciones, enfermedades mentales, ausencia de valores y maltrato en forma regular y cotidiana, que hacen que sus miembros se adapten a esas circunstancias y las consideren normales.

En estas familias las expectativas de rol no se cumplen y los abusos se ocultan y pueden ser permitidos por uno de los progenitores.

La relación de los padres puede ser conflictiva en forma habitual pero sin llegar a ningún desenlace previsible, porque son personalidades que se complementan.

Los sostiene una precaria estabilidad que se puede desmoronar ante cualquier situación adversa inesperada y afectar a los hijos más de lo acostumbrado.

El comportamiento perverso de una familia se refuerza en el tiempo y se mantiene luego a perpetuidad.

Estas familias se caracterizan por la dificultad en manifestar los afectos adecuadamente, por su conducta errática, por la negación, por la ausencia de límites o por el autoritarismo, por el desprecio por el otro, la falta de palabra y de honestidad, por las mentiras y por el trato diferencial entre ellos.

Uno de los progenitores suele ser dominante mientras el otro se acomoda a sus caprichos sin reaccionar, con total sometimiento y en detrimento de los hijos, que sufren las consecuencias de constantes humillaciones.

Pueden ser padres difíciles de satisfacer que se complacen en criticar a sus hijos, que no reconocen ninguna de sus cualidades, que no les permiten expresar sus opiniones ni pensar diferente; que mantienen una autoridad despótica o bien ninguna.




Esta conducta hace que sus hijos sientan hacia ellos más hostilidad y miedo que amor y respeto.

Pueden ser rigurosos al extremo e imponer una disciplina muy exigente y establecer un poder despótico, a veces apoyados por estructuras religiosas rígidas, pero a la vez ser corruptos en sus acciones. En estos casos tienen dos caras, una para la comunidad en que viven que los considera buenas personas por su colaboración y trabajo social y otra para la convivencia familiar en la que predomina la mezquindad y la indiferencia.

Pueden ser padres omnipotentes que no les permiten crecer normalmente a sus hijos tratándolos como bebés aunque sean adultos o padres manipuladores que los utilizan para negociar beneficios en casos de separación divorcio.

En algunos casos los hijos terminan siendo los chivos expiatorios y son considerados los culpables de los conflictos. En otros se convierten en los emergentes de la situación conflictiva familiar que no pueden tolerar, demostrando ser los únicos sanos. También se pueden transformar en padres de sus propios padres y no vivir su infancia siendo adultos antes de tiempo, cuando éstos son inestables y no cumplen su rol; o bien adoptar una conducta retraída y distante, permaneciendo aislados y desconfiando de los afectos, o rebelarse y ser inadaptados socialmente, consumir drogas y cometer delitos; o tener problemas de aprendizaje, ser autodestructivos, alejarse de la familia, ingresar a sectas religiosas y hasta llegar a convertirse en mendigos.

Por ejemplo, en la esquizofrenia la disfunción familiar es uno de los factores de riesgo para que se manifieste, además de la correspondiente disposición genética.

Fuente: “Familias en crisis perpetua”; Richard Kagan y Shirley Schlosberg.