Ayudar nos hace felices




Tratar de ser felices es lo que todos intentamos hacer en este mundo, hasta que descubrimos que ayudar a los demás nos proporciona aún más bienestar.

Para poder sobrevivir, todos necesitamos al nacer los cuidados y el afecto de una madre hasta que podemos finalmente subsistir solos; y toda madre es feliz cuidando y alimentando a su hijo.

Si somos responsables, a veces tendremos que cuidar a alguien que lo necesita y también puede ocurrir que alguna vez alguien tenga que cuidar de nosotros.

Aunque seamos muy independientes nuestro bienestar y comodidad hace que siempre dependamos en parte de los demás, porque la vida es dar y recibir y hay momentos para dar y otros para recibir.

Quien brinda ayuda tiene que saber respetar la libertad del que la recibe y para que sea un proceso realmente auténtico debe darle el espacio, las herramientas y la guía que necesita para que sea capaz de cuidarse solo y encontrar una salida digna.

El que está en posición de dar a veces se extralimita y puede dar de más, y eso puede ser un obstáculo para que el que recibe la ayuda, pueda mejorar y cambiar.

Lo mejor es ayudar a quien lo pide y aunque pensemos que está en condiciones para pedir ayuda y no lo hace, si no la desea, es preferible no insistir y respetar su decisión.

Siempre es recomendable no hacer por otro lo que esa persona puede hacer por sí misma, porque cada uno tiene el derecho de enfrentar lo que considera que para él es un desafío.

Todas las personas necesitan cosas diferentes y no necesariamente lo que nosotros tenemos, por eso hay que tener capacidad de empatía, o sea poder comprender los sentimientos de los otros y darles lo que necesitan y no lo que creemos que desean.

El que recibe la ayuda necesita sentirse valorado y no dependiente o incapaz de arreglarse solo, como ocurre a veces entre padres e hijos. Por eso lo más importante es promover la autonomía del receptor para que pueda confiar en sí mismo y esté más motivado a mejorar y lograr su independencia y no darle todo servido.

Pedir ayuda genera una doble frustración para un individuo, el problema que no puede resolver y el hecho de no poder solucionarlo solo; a eso hay que agregarle el temor por no ser comprendido, la vergüenza o el miedo al rechazo y la sensación de falta de competencia o debilidad.

No todos se animan a pedir ayuda, sin embargo es tan valioso saber pedir cuando uno lo necesita como ayudar a los demás cuando lo necesitan.

Las personas que se sienten impulsadas a brindar su ayuda es necesario que se comprometan con ese propósito el tiempo que sea necesario, o sea que tienen que sostener su interés y estar disponibles; teniendo desde un principio conciencia de sus propios límites.

Para algunos, ayudar a otros hace que se olviden de sus propios problemas, porque es mejor ser espectador que actor cuando se tiene miedo al cambio, a la soledad o a la inseguridad. En estos casos, estas personas quedan bloqueadas para recibir y también para progresar individualmente.

Ayudar es también una oportunidad para relacionarse y comunicarse, de compartir experiencias, emociones y proyectos; y cuando se produce una armonía entre las dos partes ambas salen beneficiadas.

Fuente: “Cómo puedo ayudar”; R. Dass y P. Gorman, Ediciones Gaia.
“Cómo puedes ayudar”; M. Cooke y E. Putman; Ed. Obelisco.