El último capítulo de House




“House”, una serie norteamericana que se mantuvo en pantalla ocho años, desafiando a quienes creían que los televidentes son todos maníacos y que sólo disfrutan viendo programas banales.

Muchos televidentes mostraron en este caso que son capaces de aguantar ficciones que los hagan pensar en cosas que por lo general todos evitamos, como la posibilidad de la enfermedad y la muerte, el significado de la vida, el bien y el mal, el valor de la integridad, el problema de la culpa, los conflictos humanos y las situaciones límite.

“House” terminó como todas las series de éxito, dejando la pelota picando, por si algún día puede resultar rentable resucitarla.

Ocho años es realmente una proeza tratándose de un personaje principal que se lo pasó esforzándose para caer antipático a todo el mundo, menos a la platea, no cumpliendo con ningún expectativa, siendo franco hasta resultar insoportable y alcanzar el límite de la crueldad, empeñándose en salirse siempre con la suya sin reparar en el costo, reírse de las normas, decir cualquier cosa a cualquiera sin pelos en la lengua y sin tener ninguna consideración para dar un diagnóstico, sea cual sea, sin anestesia.

House no solo investigaba el enigma de las enfermedades raras sino que también trataba de desnudar las almas torturadas de los enfermos, poniendo al descubierto sus trampas, esclareciendo los oscuros laberintos de sus traiciones, sus cobardías, sus ambiciones y sus odios ocultos hasta desenmascarar al ser maligno, egoísta y perverso que él intuía todos llevamos dentro, pero que negamos.

Él mismo tiene que luchar contra un dolor crónico en una pierna que no le da tregua y que lo obliga a vivir tomando calmantes, a los cuales es adicto; dolor que le sirve para expiar sus sentimientos de culpa de los que no está exento.

Pecaba de parcialidad demoníaca, porque no podía admitir que el alma humana, además de albergar la maldad dentro, también es capaz de tener un lado bueno, generoso, altruista y compasivo; porque la vida es precisamente eso, el juego de los contrarios en el que hay que estar alertas para no caer en una de las dos polaridades e ignorar el resto.

El lado bueno de House, que no estaba dispuesto a aceptar de sí mismo, era Wilson, su fiel amigo que le decía lo que quería oír y que él no se atrevía a atribuirse a él mismo.

House se identifica con el arquetipo del hombre íntegro, un mito que no puede encarnarse en la naturaleza humana sin perder su conexión con un mundo que es a la vez bueno y malo, porque su característica esencial es la dinámica de los contrarios.

El problema de House es creer que la realidad es blanca o negra y que no puede tener matices, porque se puede ser íntegro sin pecar de santo.

Él quiere ser fiel a él mismo a toda costa y caiga quien caiga, a veces hasta él mismo, o sea no traicionarse para beneficiarse de algún modo, no puede creer que se puede ser santo sin caer en la pretensión de ser perfecto, con el derecho a equivocarse y perdonarse, porque somos perfectibles no perfectos.

No es pecador el que se arrepiente sino el que cree que ha sido siempre bueno porque ése sí que se está engañando a sí mismo.

House es un escéptico, un hombre decepcionado por lo absurdo de la vida, nacer, vivir para sufrir y morir o ver a todos alrededor morir primero, un punto de vista que se empeña en ver siempre el lado oscuro.

Frente a una encrucijada es capaz de ir preso con tal de no poner en juego su integridad, sin embargo es capaz de pedirles a los otros que mientan, porque cree que ellos sí pueden hacerlo.

Cuando se enfrenta a la muerte cara a cara, aparecen sus propios fantasmas para convencerlo de que vale la pena seguir viviendo, seguir revelando enigmas y salvar vidas, aunque por otro lado se complazca en despreciar la suya.

No se suicida y elige vivir después de todo pero a cambio de renunciar a su identidad y a su trabajo y para volver a buscar a su otra mitad, Wilson, para acompañarlo el tiempo que le queda con un nuevo desafío, disfrutar al límite cada minuto de la existencia.