Chicos sin límites


Jaimito estaba almorzando con su familia en un restaurante. Tendría más o menos tres años, pero sus pulmones eran como los de una persona mayor, porque sus gritos se escuchaban en la calle.

Había encontrado la forma de entretenerse gritando mientras se arrastraba por el piso, debajo y alrededor de la mesa.

Los padres, parecían no escuchar nada, ocupados en atacar los suculentos platos que iban desfilando bajo sus narices.

Jaimitos como este niño hay muchos, más de los que podemos imaginar, porque los chicos hoy en día no tienen límites.

Así como antiguamente eran discutibles los métodos que tenían algunos padres para imponer disciplina a sus hijos, hoy también es motivo de discusión que no sólo los padres no tengan ningún método para educarlos sino que les permitan hacer lo que tengan ganas de hacer, aunque molesten a la gente.

El resultado es estar rodeados en todos lados, de niños maleducados que muestran sus berrinches en público, para obligar a sus padres a acceder a todos sus caprichos.

A un niño con un berrinche se lo puede calmar con un abrazo y no con una bofetada o un tirón de orejas, prestarles atención, escucharlos y luego hablarles despacio en voz baja para tranquilizarlo; y luego se los educa en casa.

Un padre o una madre no pueden ponerse a la altura de un niño de corta edad que tiene un berrinche en público e involucrarse en una discusión o retarlo, porque de esa forma lo único que pueden lograr es que se altere aún más.

En casa es donde lo tienen que educar, poniendo las reglas y haciéndole conocer las sanciones si no las cumple.

Las sanciones no tienen por qué ser demasiado severas porque tampoco los padres las podrán cumplir; tienen que ser pequeñas pero impuestas con tal firmeza, que no las puedan evadir.

Por ejemplo, no ver su programa favorito por televisión ese mismo día, o retirarle su video juego durante dos horas.

Los chicos necesitan límites, saber hasta dónde pueden llegar, por eso se atreven a cometer excesos y si sus padres no intervienen con firmeza, adoptarán el hábito de hacer lo que les plazca en cualquier lado para ponerlos a prueba.

En la familia cada uno debe cumplir el rol que le corresponde. El rol de autoridad le corresponde al padre y si éste no existiera, a la madre.

Tener autoridad no significa mandar para que los demás obedezcan, significa ser el encargado de poner las reglas y de hacerlas cumplir.

La autoridad no es solamente una jerarquía, es el papel que les toca a los padres, que no pueden eludir.

Muchas veces, este rol no se cumple y el hogar se transforma en un perpetuo caos donde reina la anarquía, los roles se invierten, los niños hacen lo que quieren y los padres los consienten.

Si los padres no asumen su rol de padres, los hijos los considerarán sus pares y les faltarán el respeto.

Tener autoridad no significa gritar o ser el más fuerte, significa hacer respetar las reglas y sancionar al que no las cumpla, con firmeza.