Recuperemos la confianza




Ser desconfiado es vivir a la defensiva, es conectarse con los otros tratando de ver más allá de los hechos, para captar las posibles intenciones ocultas que pueden tener quienes apenas conocemos o intentar evitar que los que ya nos han defraudado lo vuelvan a hacer otra vez.

La desconfianza tergiversa las palabras y los hechos, formula hipótesis sin fundamento, obliga a ser suspicaz y a tener una perspectiva oscurecida por la sospecha.

Tener confianza en el otro, cambia su comportamiento, porque confiar es entregarse sin resistencia y la vulnerabilidad nos hace invencibles.

Toda persona merece una oportunidad y también una segunda oportunidad, porque nadie es perfecto, ni siquiera nosotros mismos.

Nadie sabe cuál es la conducta correcta, si confiar de entrada sin conocer al otro o si desconfiar por las dudas para protegerse; ante esta disyuntiva, algunos eligen confiar y entregarse y luego, en función a la respuesta que reciben, van dirigiendo su acción sin esperar a que lo defrauden; mientras otros desconfían de todos proyectando lo peor de ellos mismos.

Tal vez lo más saludable sea no desconfiar pero ser cauteloso como cuando caminamos por terrenos que no conocemos porque podrían ser pantanosos.

Estar demasiado aferrado a las cosas y tener demasiado miedo a la pérdida nos hace más desconfiados, por eso los que más confían son los que tienen menos que perder.

La confianza se gana comportándose mucho tiempo en forma honesta y transparente,  pero se puede perder en un minuto con un solo acto.

Toda relación se fortalece con la confianza mutua, pero esa confianza depende de los actos.

Recuperar la confianza cuando se ha perdido es difícil, porque requiere de la intención y de la capacidad de amor que tengan ambas partes.

La confianza en sí mismo se logra conociendo el propio potencial y respetando el propio código ético; y se pierde cuando nuestros actos no están a la altura de nuestras convicciones.

Confiar en la vida es aceptarla como es y no pretender que sea como deseamos; porque la vida es esencialmente generosa y solamente los seres humanos pueden ser mezquinos.

Sin darnos cuenta estamos todo el día confiando en alguien; en los conductores de los vehículos de transporte, en los médicos, en los chefs de los restaurantes, en los mecánicos que reparan los autos, en los que construyen edificios, en los dentistas, en los pronósticos meteorológicos, etc.

No podríamos salir a la calle si no confiáramos en todas las personas que trabajan para brindarnos todos los servicios. Confiamos cuando subimos a un ascensor, cuando cruzamos la calle pensando que todos respetarán el semáforo o cuando caminamos por la vereda sin pensar que algo puede caer sobre nuestras cabezas o que alguien nos puede asaltar.

Tenemos que confiar sin condiciones porque sino nuestra vida sería imposible, quedaríamos paralizados, inmóviles como estatuas y así y todo también se podría caer el techo sobre nuestras cabezas.

Por lo tanto, vivir es tener confianza porque lo contrario sería lo mismo que estar muerto.

Si recuperamos la confianza le abriremos paso a la esperanza.