El Amor contra la depresión


Cachito era un depresivo; y aunque ya tenía cuarenta años, siempre estaba buscando un pecho para refugiarse, un hombro para apoyarse, un brazo para aferrarse, una mano para ayudarse, una silla para sentarse y una cama para acostarse, pero nunca se le ocurría buscar algo en qué ocuparse.

Tenía la suerte de contar con algunos amigos que lo ayudaban a levantar su estado de ánimo, pero como a todo buen depresivo que se reconozca como tal, a Cachito nunca le alcanzaba nada para alegrarse, porque vivía para quejarse y siempre tenía motivos para lamentarse.

Cachito no tenía pareja, ni hermanos, ni madre ni padre, ni tampoco tenía trabajo, pero podía vivir gracias a unos alquileres que cobraba de unas viejas propiedades que había heredado.

El estudio tampoco le había brindado muchas satisfacciones, por lo que a duras penas terminó el secundario.

Por todo eso, se puede decir que no había mucha diferencia entre él y el ficus que regaba todas las mañanas, porque ninguno de los dos tenía algo que decir y sólo vegetaban, pero mientras el ficus crecía él sólo dormía.

Sin embargo, aunque Cachito era depresivo no era tonto, por eso un día se le ocurrió la alentadora idea de comprarse una computadora.

Para aprender a manejarla, Florita, la hija del encargado del edificio donde él vivía, que estudiaba diseño gráfico, se ofreció a darle clases particulares.

Aunque Cachito era lerdo para aprender fue rápido para enamorarse, pero como era depresivo y pensaba en negativo disimuló sus sentimientos y se los guardó en lo más profundo de su corazón.

Aunque Florita también estaba enamorada, tampoco dijo nada, porque también ella era depresiva y ni siquiera se le ocurría pensar que podía ser correspondida.

Así las cosas fueron pasando los días, él intentando aprender y ella enseñándole lo que sabía, sin atreverse ninguno de los dos a hablar de amor y siendo la computadora el único vínculo que los unía.

Pero un día pasó lo inevitable, como estaba muy ventoso, a ella le entró una basurita en el ojo.

Con gran audacia, Cachito se animó a actuar con arrojo y para liberarla de ese cuerpo extraño se tuvo que precipitar en el profundo abismo de sus ojos.

Como hipnotizados por un hechizo, sus labios se encontraron y se besaron muy enamorados; y olvidando su depresión se declararon su amor y para formalizar el asunto, se fueron a vivir juntos.

Cachito encontró trabajo como encargado del edificio de al lado y Florita, la depresiva, sintió por primera vez alegría, pudo dejar al psiquiatra y las pastillas y terminar con sus pesadillas.