Los piquetes


Con la anuencia de los gobernantes de turno, este movimiento de fuerza que representan los piquetes sirve a distintos intereses que son los que les pagan, y aunque enarbolan diferentes banderas, según las circunstancias, no tienen convicciones políticas definidas, porque solamente están haciendo un trabajo.

De esta forma, apenas un grupo reducido de personas es capaz de cortar cualquier calle en cuestión de minutos y ocasionar un caos en la ciudad sin que la policía intervenga para ejercer su función de proteger la circulación de los ciudadanos que son los que pagan los impuestos.

Por el contrario, lo usual es que los patrulleros se ubiquen en lugares estratégicos para cuidar a estos sujetos de los vehículos que pretenden pasar, haciéndoles de paso, el caldo gordo.

Muchas veces, en el gran Buenos Aires, el corte de una avenida principal obliga a los desprevenidos automovilistas, a tomar vías alternativas, que se encuentran intransitables y desiertas, exponiéndolos a ser asaltados.

Me pregunto por qué no se respetan ni se hacen respetar los derechos de los ciudadanos, tampoco las leyes y la constitución y se permite que toda esa masa cada vez más nutrida de mano de obra desocupada que cobra planes, sean los dueños de la ciudad.

El que alimenta y favorece a esta forma de protesta ilegítima, porque atenta contra los derechos de los demás, se arriesga a que en cualquier momento, conscientes de su poder, se vuelva contra ellos mismos.

Esto les ha pasado a todos los gobiernos que se asociaron con delincuentes; terminaron siendo sus víctimas.

Estos grupos de oportunistas tienen trabajo todo el año, porque los usan los sindicatos, los gobiernos y cualquier otra expresión de poder que no cuenta con mayoría propia y necesita comprar el apoyo y la presencia en una manifestación.

El piquete es una forma perversa de torcer la voluntad popular y crear realidades falsas, que poco a poco se va transformando en un ejército.

La democracia es el gobierno del pueblo, cualquier forma de intentar torcer la voluntad individual por la fuerza e impedir ejercer los derechos de los ciudadanos es una dictadura.

Comprar voluntades finalmente sale demasiado caro y conduce al mismo fin previsible, el poder queda en mano de los bárbaros.

Hay que educar al pueblo, no incitarlo a la violencia reforzándola con dádivas, porque lo que falta es educación, sentido de los valores humanos, respeto por los que son diferentes, compasión y amor.

Todos esos jóvenes que están quemando sus energías en los piquetes para favorecer los intereses de otros, deberían tener la posibilidad de estudiar y de forjar su propio futuro y no tener que vivir la frustración de aceptar el destino incierto que les depara trabajar en actividades ilegales que pueden costarle la vida.

No pueden darse cuenta que los que les pagan por sus servicios prefieren gastar sus recursos para mantenerse en el poder y no para beneficiarlos a ellos.