Los míos, los tuyos, los nuestros



Cuando los matrimonios se deshacen quedan los hijos como un símbolo de esa unión, que nunca podrán ignorarse. Luego, si ambos o alguno de los dos, deciden volver a formar pareja, pueden involucrarse también con divorciados con hijos.

Si la nueva pareja también tiene hijos; la cadena de parentescos políticos se agrandará; y según la cantidad de matrimonios y separaciones que estén dispuestos a enfrentar, irá creciendo hasta llegar a adquirir proporciones casi dantescas.

Así, los hijos propios más los habidos por ambos en relaciones anteriores, formarán una constelación familiar que no siempre funcionará como una verdadera familia unida.

Los parientes de todos ellos, padres, madres, tíos, hermanos, sobrinos, etc., no siempre suelen aceptar a todas las parejas con sus hijos; lo usual es que reconozcan a la esposa formal y que tarden en integrar a la familia al resto.

Nadie quiere renunciar a la imagen de la familia feliz, estar todos reunidos, felices, contentos y en armonía celebrando las fechas de todos los cumpleaños y otras festividades tradicionales; por eso, cuando existen trabas que impiden concretar esta ilusión, se producen discusiones y peleas que atentan contra la felicidad de las nuevas parejas.

Casarse con personas divorciadas con hijos, o establecer una relación con quienes han tenido otras parejas anteriores e hijos, puede provocar conflictos familiares que son difíciles de resolver para todos.

Estas nuevas relaciones fracasan porque la gente es inmadura y no puede renunciar al amor ideal; y cuando la vida los obliga a enfrentar la realidad, la niegan y se olvidan de las condiciones que aceptaron cuando decidieron establecer un vínculo con alguien con compromisos previos.

No son pocos los que después de haber abandonado el hogar vuelven a mendigar el amor que perdieron, al darse cuenta que a la distancia, los defectos que tenía su ex, eran minúsculos y sus virtudes mayúsculas, comparados con su nueva pareja, tal vez más escultural y provocativa pero más exigente y posesiva.

El pasado de una pareja puede atentar contra la armonía conyugal, cuando la nueva relación no es reconocida por los familiares, que mantienen vínculos preferenciales con la familia anterior, que es a la que aceptan.

La otra se convierte en la tercera en discordia y es rechazada e ignorada en todos los festejos.

Esta situación no se trata de algo personal, sino de un rol que la familia no está dispuesta a aceptar, por lo menos durante los primeros tiempos; porque ellos también tienen que hacer el duelo por la disolución del matrimonio y la pérdida de uno de los integrantes de la pareja.

Es raro que todos puedan tener una convivencia feliz sin rencores y resentimientos y que puedan participar en la familia por igual, porque siempre habrá comparaciones odiosas y celos, difíciles de evitar.

A la mayor parte de los que se encuentran en esta situación, les resulta imposible conciliar la relación de una nueva pareja con su familia, cuando existen hijos, porque éstos son lazos afectivos que no se pueden romper pero que al mismo tiempo son difíciles de mantener.

Es necesario aceptar esta condición antes de involucrarse en una relación para poder estar preparado para enfrentarla con la necesaria madurez.

MALENA