No puedo controlar a mi hijo



Los padres desean que sus hijos sean obedientes, también los maestros y los profesores prefieren que sus alumnos estén en silencio en clase y no molesten. Pero la realidad es diferente, porque los niños nacen con una extraordinaria vitalidad y una insaciable curiosidad que los obliga a querer experimentarlo todo, sorprendiendo a sus padres y a sus maestros, quienes no están preparados para canalizar toda esa energía y encauzarla adecuadamente.

Todo niño debe poder gozar de libertad condicional, aprender los límites pero al mismo tiempo tener la oportunidad de seguir su propia naturaleza. De esa manera no se convertirá en un niño problema, podrá crecer con naturalidad y no perderá su natural alegría.

Los niños tienen diferentes tipos de inteligencia y distintas necesidades pero estas cualidades generalmente tropiezan con las condiciones que imponen su familia y su entorno.

El ambiente que rodea al niño es el que le permite el desarrollo de la conciencia de sí mismo, pero el que también genera la necesidad de competir y de defenderse, dos imperativos que atentan contra su inteligencia y su creatividad.

El niño que puede mantener su inteligencia de niño intacta también mantendrá su natural fortaleza frente a los cambios y su capacidad innata de responder creativamente en forma espontánea.

La información que se recibe desde niño logra tapar las cualidades básicas que todos llevan en su interior, pero afortunadamente no las destruye del todo, porque eventualmente se pueden volver a redescubrir con el tiempo.

Todos nacemos inocentes, y la inocencia nos permite ser auténticos, valientes y transparentes; pero la inocencia se pierde con la experiencia, con el miedo y con el interés por las cosas mundanas. De esa manera el niño aprende a depender de otros o de las cosas y a enajenar su propia dignidad e integridad.

Los padres se esfuerzan por enseñar educación a sus hijos sin saber lo mucho que pueden aprender de ellos.

Los niños necesitan atención y cuidados y también ser escuchados; pero los padres no tienen que tratarlos como iguales sino que tienen que asumir su rol de autoridad, de manera que los hijos puedan reconocerlos como tales.

La palabra autoridad no significa dar órdenes y mandar sino que implica poner las reglas en el hogar para todos, cumplirlas y ocuparse de hacerlas cumplir; y la disciplina significa aprendizaje, o sea aprender a tener una vida ordenada y saludable a través del ejemplo que dan los padres.

Los padres no deben discutir delante del niño sobre sus distintos puntos de vista con respecto a su educación y crianza; ya que no podrá identificarse con valores contrarios entre sí y optará por no incorporar ninguno de los dos.

Los progenitores no tienen que involucrarse en los berrinches que tienen sus hijos, o sea ni gritar ni discutir con ellos en plena crisis. En primer lugar tienen que calmarlos y luego, una vez calmados, intentar que aprendan de esa experiencia.

Todo ser humano es digno de respeto y comprensión, incluso un niño; y los que creen que son dueños de sus hijos no deberían tenerlos.

Los iluminados no tienen hijos y tampoco deberían tenerlos los neuróticos, por lo tanto, los más adecuados para tener hijos son los que han logrado el equilibrio en su justo medio, o sea los que son totalmente conscientes de la responsabilidad que representa traer un hijo al mundo.

Un hijo no debe ser el producto de un error de cálculo sino alguien esperado con alegría, ya que es la única forma de hacerlo feliz; porque lo que más destruye la mente de un niño es la infelicidad de sus padres.



MALENA

Fuente: “El libro del niño”; Biblioteca Osho.