Madres que aman demasiado



Todos los días la vida nos muestra la actitud que tienen algunas madres con sus hijos, con edades que se extienden más allá de la niñez y la adolescencia; conductas que la mayoría de las veces exceden lo prudente y atentan contra su libertad y su intimidad.

Conozco a una madre que tiene un hijo de más de treinta años, que vive sólo, que le limpia su departamento dos veces por semana; y otra que cuando va de visita a la casa de su hija le plancha una montaña de ropa.

Ellas parecen no saber, que lejos de ser su conducta una ventaja para sus hijos, puede significar la invasión de su privacidad.

Para una madre posesiva y sobreprotectora, consciente o inconscientemente, continuar tratando a sus hijos como niños, aunque ya sean adultos, refleja su dificultad para cambiar; por otro lado, su obligada presencia, que no se puede rebatir por los beneficios que reporta, le brinda la posibilidad de satisfacer su secreta necesidad de control, ya que le permite descubrir circunstancias de sus vidas, involucrarse y eventualmente dar su opinión.

Toda madre desea lo mejor para sus hijos y son capaces de pasar privaciones para darles lo que quieren o necesitan, aún cuando ellos ya hayan formado su hogar y hasta tengan hijos.

Sin embargo, una madre también tiene el don de poder discernir y reflexionar sobre su pretendida intromisión casi siempre no requerida, y poder darse cuenta del daño que le puede hacer a sus hijos, cuando se sacrifica por ellos.

Todo lo que los padres han llegado a lograr a lo largo de sus vidas ha sido seguramente bien merecido como fruto de sus esfuerzos, sin embargo, pueden sentir que están siendo egoístas cuando se atreven a disfrutar lo que tienen, mientras sus hijos aún están en la etapa de hacerse una posición y aún no han alcanzado a tener lo mismo que ellos.

Por esta razón muchos padres se esfuerzan en ayudarlos privándose de lo que podría hacerlos felices en la vejez, sin darse cuenta que sus hijos pueden querer ganarse lo que desean y no recibirlo de ellos.

La vida tiene significado cuando se tiene un proyecto de vida, un deseo para cumplir, una necesidad para satisfacer; y si alcanzar esas metas no resulta fácil para los hijos, más se elevará su autoestima y mayor será su satisfacción cuando las logren.

Los hijos tienen el derecho de decidir sobre sus propias vidas, de cometer sus equivocaciones y de repetir sus errores si no han aprendido de ellos; y los padres tienen que saber que no pueden hacer nada que no les pidan, cuando ellos ya son mayores y tienen sus propias familias.

Cuando los hijos se van, los padres han terminado una etapa, pero tienen que saber que comienza otra, que si no se empeñan en aferrarse a la anterior puede ser aún mejor que esa; porque el crecimiento de una persona nunca termina mientras vive y las oportunidades que tiene de ser feliz de otra manera son muchas.

El que se aferra al pasado es porque le teme al futuro porque es lo desconocido, porque es inseguro y tiene sus riesgos; pero la vida no tiene ni ha tenido nunca garantías, e inevitablemente será siempre un salto al vacío.

Malena