Dos Hermanas (Cuento para pensar)



Pablo estaba cansado de la vida, aún era joven, sin embargo parecía viejo y vencido.

Después de muchos años de trabajar incansablemente y de ganar mucho dinero, había podido tomarse tres meses de vacaciones en una lejana playa.

Había alquilado una magnífica casa frente al mar, imponente y con todo lo necesario para quedarse el tiempo que quisiera, pero demasiado grande para un hombre solo.

El dueño era un diplomático perteneciente a una familia tradicional de la zona y en esa época estaba en el extranjero.

La casa disponía de personal de servicio para atender sus necesidades domésticas y todo lo que se le ocurriera; pero era la primera vez que se sentía solo.

Pablo nunca había podido conservar una pareja mucho tiempo y además, no tenía familiares directos, sólo algunos primos lejanos que no veía nunca y con quienes ni siquiera se hablaba por teléfono.

Es que su condición social había cambiado, y además de su carácter tosco y poco sociable, tenía mucho dinero y sentía que ese era el mayor impedimento para el acercamiento.

Sabía que algunos lo ignoraban por envidia y otros por temor a no ser aceptados; el caso es que le habían hecho el vacío y se comportaban con él como si no existiera.

Claro que Pablo tampoco había hecho mucho para acercarse, tal vez porque sabía que era demasiado orgulloso y centrado en sí mismo como para intentar cultivar una relación de familia.

Todas las tardes caminaba por el angosto sendero que conducía al pueblo, para tomar una copa en el único bar de la zona y de paso comprar cigarrillos.

En esas ocasiones los lugareños lo observaban con curiosidad tratando de averiguar quién era y lo miraban insistentemente como si quisieran adivinar sus pensamientos.

La mayoría era gente del pueblo, personas acostumbradas a saber la vida de todos. Sin embargo esta vez fracasaron en su intento de descubrir algo de la vida de él, porque finalmente se dieron por vencidas.

En una de esas caminatas, una tarde, se cruzó con una bella mujer que lo miró con desenfado y lo saludó como si lo conociera.

Curiosamente, él no pudo mantener su habitual gesto de indiferencia y no sólo contestó su saludo sino que le preguntó dónde iba.

Así se enteró que se llamaba Dalma, que volvía a su casa después de haber caminado por la playa y que vivía sola muy cerca de él, apenas a dos cuadras.

Él era hábil para las conquistas pero su problema era que no le duraban.

Pablo se atrevió a invitarla a su casa, una jugada audaz para utilizar con alguien que apenas había conocido; pero ante su sorpresa ella aceptó, e invirtiendo su recorrido, se puso al lado de él para seguir caminando juntos.

Ese fue el principio de una desopilante aventura que le hizo creer que por fin había conocido a la mujer de su vida.

De pronto se sentía diferente y por primera vez pensó que la vida no era el agujero negro donde se había empeñado en permanecer sumergido sino la oportunidad de ser feliz.

A Pablo, las horas le parecían segundos cuando estaba con ella y luego no veía el momento de volverla a ver; mientras tanto ella, también parecía disfrutar de la relación, mostrándose apasionada y afectuosa pero a la vez enigmática y misteriosa sobre su pasado y sin ningún interés en hacerle preguntas a él.

Así fue como ambos conservaron un hermetismo absoluto sobre sus vidas y se entregaron a esa pasión devoradora con alma y vida.

Hasta que un día, Alma desapareció sin dejar ningún rastro. Abandonó la casa, los lugares que solía frecuentar y nadie supo nunca más en ese pueblo, que había sido de ella.

No la vieron en la estación, ni en la terminal de ómnibus y ni siquiera pidió un taxi. Tanto fue el revuelo que provocó su desaparición que hasta se especuló que la habían matado e intervino la policía.

Sospechaban de Pablo, porque todos lo habían visto con ella, pero nunca apareció su cuerpo ni tampoco pudieron encontrar ningún indicio que lo incriminara. Se sintió desolado y traicionado. Esa mujer se había burlado de él, lo había usado y luego, sin decir nada, se había ido, dejándolo sepultado bajo los escombros de su desengaño.

Él también decidió marcharse al poco tiempo y volvió a retomar su actividad, esta vez con mayor empeño, para no pensar más en esa historia de amor y de traición que amenazaba con hacerlo caer en la desesperación.

A los seis meses tuvo que viajar a París por negocios; y mientras almorzaba en un restaurante en pleno centro, la vio pasar con dos niños, casi adolescentes.

Pablo dejó dinero sobre la mesa, abandonó el lugar como un poseído e intentó alcanzarla. Dalma se sorprendió y al ver su rostro desencajado, pareció conmoverse y le permitió que la acompañara hasta su casa.

Cuando llegaron, ella dejó a los chicos y aceptó ir a tomar un café con él.

Dalma le confesó su increíble secreto. Tenía una hermana gemela idéntica con quien cada seis meses intercambiaban roles. En ese momento ella tenía el rol de ama de casa con dos hijos adolescentes, mientras su hermana asumía su identidad y se dedicaba a ser libre y recorrer el mundo.

Los hijos eran de su hermana y su cuñado; y ellas llevaban haciendo esa vida en absoluto secreto desde hacía cinco años, después de que su hermana cayó en una severa depresión.

Para rescatarla de esa enfermedad, Dalma le propuso esa idea y de esa manera consideraba que la había salvado.

Ni su cuñado ni sus sobrinos sospecharon nunca nada.

Malena