No soy feliz ni con él ni sin él


Ser feliz en el amor es la máxima aspiración humana, sin embargo, esa felicidad suele ser esquiva para la mayoría.

Significa amar y ser amado de la misma forma, sin embargo, la reciprocidad en el amor no es fácil, tal vez porque por lo general la gente idealiza el amor y se enamora de las personas que son asediadas por todos, populares, queribles, atractivas, pero que a la vez también pueden convertirse en déspotas, insensibles, manejadores, orgullosos y en seres sin sentimientos.

Esos amores imposibles más que proporcionar felicidad hacen sufrir, no obstante, pocos están dispuestos a reflexionar, pensar un poco más allá de lo inmediato y poder ver lo que les espera.

Caer perdidamente enamorado es entregarse a otro sin condiciones, pero una vez que han logrado alcanzar esa meta tan anhelada, de pronto un día se despiertan y comienzan a ver a la persona real que habían idealizado y su felicidad se desmorona, empañada por las diferencias: diferente carácter, diferente proyecto, diferente condición social, diferentes ingresos, diferentes gustos, diferente manera de pensar.

Es entonces cuando el desgaste de la rutina cotidiana comienza a erosionar el respeto, la consideración, el deseo, la pasión y quien les pareció alguna vez alguien irremplazable que íban a amar hasta la muerte, en poco tiempo se vuelve tedioso, quejoso, molesto, indiferente, demandante, egoísta, frío, poco atractivo y sin corazón.

Nuestro deseo ferviente de felicidad sigue intacto pero la desilusión nos llena de resentimiento y frustración.

Esta realidad puede llevarnos a pensar que el amor no existe sino que es una vana ilusión que desaparece poco después que se concreta, como una pompa de jabón.

Pero también puede ser que se espera demasiado del amor y que el amor bien entendido no es ese que se siente en la boca del estómago cuando se está en presencia del ser amado, ni la emoción que se experimenta al abrazarlo y besarlo, ni tampoco la pasión arrolladora del acto sexual, sino otra cosa que no conocen bien porque nunca se dieron la oportunidad de experimentarlo y porque se aferraron demasiado a las sensaciones de sus sentidos.

El amor verdadero es como una planta, que sólo crecerá y les dará flores si la cuidan, la riegan y la nutren con amor; si no, comenzará a crecer la maleza a su alrededor, perderá toda su belleza y terminará ahogada y seca sin vestigios de su antiguo esplendor.

El amor es cuidado y atención pero no sumisión, al contrario, necesita la manifestación de lo verdadero que hay en cada uno de nosotros, porque también es admiración.

Cada relación nos cambia, nos permite florecer, emitir la propia fragancia y Ser; porque el otro, que es opuesto, los pone en contacto con la otra parte de ustedes mismos que permanece oculta, que es el yo verdadero que desea manifestarse pero que no puede hacerlo porque está tapado por el ego.

Cuando el amor parece esfumarse entre los avatares inevitables de lo cotidiano es el momento de comenzar a ver a la pareja con otros ojos, como si la vieran por primera vez, o sea interesarse en ella como persona y estar dispuesto a apoyarla, acompañarla y a estimularla en sus propósitos, sin egoísmos.

El verdadero encuentro con el otro es ese lazo interno que se va construyendo poco a poco que es lo que hace que una pareja dure mucho tiempo; es el interés genuino más allá de la atracción física que ya no se logra por ser una novedad sino porque proviene de sentimientos más profundos.

Por otro lado, sepan que no se están perdiendo nada, porque cambiar de pareja es repetir historias y si cada nueva relación también está basada en la atracción física, la diversión y en la felicidad de la conquista, volverán a sentir al poco tiempo, lo mismo.

Malena