El Poder está en Creer (Cuento para pensar)


No podía tener más mala suerte, lo habían despedido del trabajo, su mujer lo había dejado y un dolor punzante en el brazo izquierdo parecía estar anunciándole un infarto.

Llamó a su servicio de salud y pidió un médico a domicilio. Se podía decir que estaba más dispuesto a morir que a seguir viviendo porque casi no tenía más fuerzas para empezar de nuevo; sin embargo, curiosamente se seguía aferrando a la vida a pesar del lúgubre porvenir que se le avecinaba.

Trató de serenarse haciendo ejercicios de relajación concentrándose en su propia respiración, técnica que había aprendido leyendo una revista de artes marciales orientales; y sus resultados fueron inmediatos. El dolor en el brazo izquierdo fue desapareciendo, su corazón volvió a latir acompasadamente y un leve sopor lo obligó a cerrar los ojos.

El timbre de la puerta de calle sonó estridente y lo sobresaltó; era el médico, y cuando se disponía a bajar para abrir, con un nuevo timbrazo le avisó que no bajara porque alguien lo había dejado pasar.

El doctor se sentó a su lado, le preguntó cuáles eran sus síntomas y luego le tomó la presión y auscultó los latidos de su corazón.

Después, guardando lentamente el tensiómetro en su portafolio, le preguntó la edad; - 46 le dijo; si tenía algún médico de cabecera y si se controlaba regularmente los valores en sangre de glucemia, colesterol, etc.

Le informó que en el trabajo le exigían una revisación periódica anual y que los valores del último registro habían sido normales.

El médico le preguntó si había tenido algún disgusto serio recientemente porque a su criterio lo que había sufrido parecía haber sido síntomas de estrés.

Sonriendo, él le confesó que lo habían despedido y que su mujer lo había dejado, dos de las causas más frecuentes de estrés, por lo que el facultativo decidió recetarle un ansiolítico, recomendándole al mismo tiempo ver a su médico de cabecera para que confirmara su diagnóstico, con los estudios correspondientes.

Cuando se quedó solo se sintió más tranquilo, tenía que rescatar que después de todo, estar bien de salud era lo más importante, aunque la mayoría suele tomar conciencia de la importancia de la salud cuando enfrenta el riesgo de perderla.

El diario del día anterior estaba sobre la mesa, pero como él no lo había leído comenzó a hojearlo sin ganas hasta que una frase publicada del Papa Francisco llamó su atención:

“Hay que tener esperanza, vivir con alegría y dejarse sorprender por Dios”

Él quería creer pero al mismo tiempo se preguntaba si realmente es la fe en Dios la que devuelve la esperanza, la que quita el miedo y la amargura y la que devuelve la alegría.

Estaba cansado de ser como hasta ahora había sido, de ir contra la corriente, de luchar contra todos, de creer nada más que en él mismo.

Tal vez, si dejara todo en manos de Dios y se atreviera a creer… si abandonara su omnipotencia y se entregara… tal vez, lo que afirmaba el Papa Francisco podría hacerse realidad, recuperar por fin la esperanza y poder vivir con alegría dejando que Dios lo sorprendiera.

¿Por qué no probar? ¿Por qué no pedir? ¿Por qué no intentar la conexión? ¿Por qué no confiar en su poder? ¿Acaso podrían estar las cosas peor que ahora?

Cerró los ojos y comenzó a rezar.

Malena