El arte de inventar historias (Cuento)



Comer afuera es lo que más me divierte, no sólo porque puedo elegir de un nutrido menú los platos más sofisticados y variados, sino porque durante la espera, me entretengo inventando historias sobre la gente que ocupa otras mesas.

Una rápida mirada a mi alrededor alcanza para que mi intuición comience a funcionar y  mi imaginación de sus frutos.

Es una extraña pretensión que no puedo evitar, la de leer la vida de la gente cuando está almorzando o cenando en un restaurante; con quién está, qué hace, cómo se siente, cómo se relaciona entre sí y hasta me atrevo a imaginar pequeños detalles de su vida.

Por ejemplo, hoy que es domingo y  el restaurante que frecuento habitualmente está lleno.

-Ese señor que está solo en la pequeña mesa de la izquierda al lado de la pared, lo he visto varias veces sentado en ese mismo lugar y  casi podría asegurar que viene a comer aquí todos los días.  Parece viudo o divorciado, porque no tiene cara de soltero.  Tal vez tiene un negocio propio desde hace muchos años sin embargo parece no tener amigos ni amigas porque siempre está solo.  Es probable que su soledad sea reciente y aún se esté adaptando a su condición, o puede que sea un solitario.

-Esa pareja no tan joven que está en la mesa cercana a la caja juraría que no es un matrimonio, se ve a la legua que son amantes, porque hablan sin parar como si recién se conocieran y quisieran saberlo todo uno del otro.  Es más que evidente que es una aventura y que estén enamorados,  porque además,  mientras esperan ser atendidos están tomados de la mano mirándose a los ojos.

-En cambio aquellos que están al lado de la ventana parecen dos islas separadas por un océano de indiferencia.  Son dos personas que han llegado al límite de no tener ya más nada que decirse y se comportan como dos planetas que giran en distinta órbita que jamás se rozan.  No creo que tengan hijos porque parecen dos árboles secos que hace rato están muertos.

-Aquella mesa numerosa seguramente es un festejo, un cumpleaños o un aniversario.  Las personas mayores son los abuelos, los de mediana edad son los hijos y los más jóvenes los nietos.  Hablan todos a la vez pero nadie escucha, mientras los más chicos juegan con sus teléfonos y no participan del encuentro.  Todos parecen disfrutar más del plato del vecino que del propio, probando lo que ven a diestra y siniestra , lamentándose por no haberse arriesgado a ser más audaz al elegir el menú por no poder renunciar a su gusto por las milanesas con papas fritas.

-En un rincón del restaurante veo a una pareja de personas mayores que se miran con ternura.  Él sirve el vino y brindan chocando las copas mientras conversan amablemente demostrándose mutuamente afecto.  Parece ser un matrimonio de muchos años bien avenido que pudo superar con éxito las vicisitudes de la vida; casi un milagro en una época en que la mayoría se apresura a abandonar la nave cuando hace agua sin antes ver si puede reparar la avería.  Diría que podrían muy bien tener dos hijos casados y que ahora están disfrutando de estar solos sin añorarlos demasiado.

-Esa mujer de mediana edad que está sola parece viuda o separada, pero no soltera.  Puede que sea abogada o contadora y que tenga algún hijo.  Parece tener mucho carácter, ser independiente y estar acostumbrada a salir sola. Seguro que  tiene su auto en el estacionamiento del restaurante y que después se va al cine.

-Hay tres hombres en una mesa cercana a la puerta de entrada que no parecen ni hermanos ni amigos ni conocidos; en realidad, no me gusta mucho su aspecto porque están tensos y ninguno de los tres habla.  Como son inescrutables, no puedo intuir nada de ellos, pero haciendo volar mi imaginación diría que parecen narcotraficantes o miembros de una banda, no sé, tengo el presentimiento que no son trigo limpio. Además, ya fue el mozo tres veces a tomar el pedido y aún no ordenaron nada. Qué raro. - Ahora uno de ellos se levanta y... “Dios mío” saca una pistola y nos apunta a todos amenazante mientras los otros dos aprovechan el desconcierto para desvalijarnos.

Subrepticiamente, saco el teléfono para marcar el 911,pero me atiende una máquina que me dice que espere, que la línea está ocupada y para hacer más amena la espera me obliga a escuchar música clásica.  

Con ganas de tirar el teléfono por la ventana,  de pronto escucho que el disco se interrumpe y una voz gruesa masculina me contesta.  Es un agente de la patrulla que afortunadamente está haciendo la ronda muy cerca.

La policía llega  antes de que los ladrones logren su cometido  y nos gritan “Al suelo todos”.  Nos tiramos al piso y vuelan por el aire los manteles,las servilletas, los platos, las botellas y las copas;  la comida se desparrama, los chicos lloran, las mujeres se desmayan y la situación se torna crítica.

-Afortunadamente, luego de unos interminables minutos de indecisión, los malvivientes se entregan sin que se produzca ninguna desgracia personal.

Los comensales recuperan sus pertenencias y yo terminé con una media rota, un raspón en la rodilla y una abultada cuenta de la tintorería. 

Malena