A
través de la conducta de los primates la etología está investigando el origen de la moral en distintas especies desde
hace décadas.
En
su libro “The bonobo and the atheist”, Frans de Waal, a la luz de la
información debidamente documentada, llega a la conclusión de que la moral
tiene raíces orgánicas y es producto de la evolución y es anterior a cualquier
clase de religiosidad.
Se
observa que los monos chimpancés brindan consuelo a sus pares que están sufriendo,
los bonobos comparten la comida y los monos capuchinos dominantes ofrecen lo
que obtienen a sus congéneres más miedosos.
Aunque
los seres humanos tienden a considerar a los animales como de naturaleza
salvaje, muchas de las conductas entre ellos podrían interpretarse como morales,
como el altruismo, al compartir lo que tienen, dedicando su tiempo a quien lo
necesita y animando y besando a los que caen en desgracia y están mal.
Las
hembras añosas, que apenas se pueden mover, son ayudadas por otras hembras más
jóvenes e incluso le llevan agua en su boca.
Esa
forma de empatía se observa también en caninos, elefantes y también en
roedores.
En
general son los animales mamíferos los que muestran sensibilidad emocional
hacia los otros y reaccionan ante sus necesidades, cosa que no ocurre por
ejemplo con reptiles, iguanas o tortugas; con excepción de las aves que también
muestran empatía entre ellas.
Esta
condición evidencia que no sólo el dominio del macho y la xenofobia son
heredados sino que también tenemos en nuestros genes la tendencia a la armonía
y a la sensibilidad por los otros.
Se
sabe que ya los neandertales enterraban a sus muertos, tenían habilidades
manuales, utilizaban el fuego y cuidaban a los enfermos y a los ancianos.
La
supervivencia de los individuos enfermos mentales, débiles, con discapacidades,
que representaban una carga para ellos, los paleontólogos lo consideran como un
valioso indicio de la evolución de la compasión, del valor de la lealtad y la
cooperación.
Fuera
de los avances científicos y tecnológicos, el cerebro humano no difiere
substancialmente del de un chimpancé, de hecho el genoma del hombre sólo se
diferencia de un primate en un cuatro por ciento.
Sin
embargo, esa pequeña diferencia le ha permitido al hombre desarrollar
enormemente su intelecto, aunque aún comparta los mismos deseos y necesidades,
como la lucha por el poder, el disfrute del sexo, la necesidad de seguridad y
afecto y el instinto territorial.
Los
primates muestran una aversión hacia la injusticia y el gusto por el juego
limpio, actitudes que han sido estudiadas
también en perros y otros animales y que también, a la luz de las
investigaciones se pueden considerar de origen orgánico.
No
obstante, no se puede decir que un chimpancé es moral porque no se puede juzgar
su accionar fuera de algo que no le competa a él.
Además,
como en los humanos, los animales pueden ser cooperativos y compasivos con los
suyos pero también bestiales, o sea que la dualidad también los caracteriza a
ellos.
Frans
de Wall encontró en la reserva de Thay que una hembra de elefante ciega era
acompañada de un lazarillo sin relación de parentesco. La primera dependía de la segunda que parecía
comprender su situación de discapacidad.
Si eran separadas, cuando se encontraban mostraban signos evidentes
gestos de alegría.
Los
seres humanos poseen un primer impulso natural altruista que los hace confiar y
ayudar, y un segundo momento en que evalúan la opción de no hacerlo.
Los
chimpancés no tienen lazos permanentes con las hembras, sin embargo, tanto los
machos como las hembras están dispuestos a adoptar huérfanos y cuidarlos.
Los
monos bonobos también se dan cuenta cuando otro animal está muerto y saben que
una vez muerto no esperan que reviva. Una
vez que matan una víbora venenosa, los
individuos jóvenes juegan con ella sin ningún temor. La muerte es para ellos
como para nosotros, el final de la vida.
Se
ha observado la muerte de una hembra añosa rodeada de todos los miembros de la
comunidad en silencio.
El
ritual de la muerte se parece al de los humanos. Unos minutos antes otros chimpancés se
acercan para asear al moribundo muchas veces mientras la hija mayor se queda
toda la noche junto a ella.
Una
vez muerta comprueban el fallecimiento por el estado de su boca y extremidades,
si respira o se mueve, a veces un macho sacude al cadáver con energía.
De
esta forma, estos primates parecen tener conciencia de la transición entre la
vida y la muerte y de que ésta es irreversible.
Malena
Fuente:
“The Bonobo and the atheist”; Frans de Wall; W.W. Norton & Company Inc.,
New York, 2013.
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