La reconciliación con los muertos



La muerte de una persona cercana se puede vivir de muchas maneras pero nunca con indiferencia.

Si la muerte acontece en forma imprevista, como por ejemplo un suicidio o una muerte súbita,  casi todos los deudos por una o por otra razón, se sentirán culpables.  “Yo debería haberle extendido el plazo de sus deudas” “Yo no le hubiera pedido el divorcio”; “Yo le hubiera perdonado todo” “Yo no lo debería haber dejado solo.”

Todos aman a los muertos más que en vida, tal vez porque la muerte es una condición que todos respetan y temen demasiado como para sentir rencor por el desaparecido o algún resentimiento.

El inexplicable propósito de quitarse la vida o el hecho de morir involuntariamente de muerte súbita, puede producir en los que quedan culpa,  más la necesidad inevitable  de reconciliarse con el muerto.

Quitarse la vida no tiene un propósito determinado, porque no existe nada que lo justifique, ya que todo en la vida tiene solución menos la muerte, de modo que siempre es el resultado de un estado depresivo grave que se activa frente a una nueva frustración que no se tolera.

Los ritos funerarios y homenajes son un comienzo pero cada persona hará su propio acto de contrición y tendrá que utilizar todos sus recursos para poder deshacerse de la responsabilidad sobre esa desaparición que le recrimina su conciencia, para que no permanezca como una sombra para sembrar de infortunio su futuro.

Es un proceso estrictamente psicológico porque todos imaginamos que las personas fallecidas, medianamente cuerdas, una vez que han pasado el umbral y logran por fin librarse del cuerpo no volverían a este valle de lágrimas ni muertos.

Los procesos psicológicos de duelo hay que vivirlos en algún momento, algunos pueden hacerlo enseguida y descargar toda su culpa deshaciéndose en llantos, abrazando estérilmente los cajones, subiendo fotografías nostálgicas en la web, y actuando cualquier otra escena digna de esa tragedia; pero a otros les lleva más tiempo, a veces años y recién pueden lograr hacer el duelo cuando vuelven a sufrir otra pérdida.

Nadie vive vidas perfectas, porque somos imperfectos, celosos, envidiosos, inestables, ambiciosos y permanentemente desconformes; sin embargo, a pesar de todas nuestras debilidades, algunos pueden ser capaces de dar amor, de sacrificar algo personal por el otro, de haberle brindado felicidad y todo lo que pudo en su momento y esto es principalmente lo que le reportará la paz espiritual que necesita para enterrar por fin a ese muerto.

Así se evitará ese lamentable espectáculo final de gritos histéricos porque no serán necesarios ni tampoco lograrán convencer a nadie y menos al muerto.

No nos vayamos a dormir a la noche peleados con ningún ser querido, hagamos las paces antes de cerrar los ojos y perdonemos todo a todos, porque cualquiera puede dejar esta vida en un minuto.



Malena