Fanáticos del Celular en el Subte


Además de la inestimable función específica de comunicar, el celular se ha convertido en una invalorable muletilla para transformar la ansiedad que causa la inacción a la que obliga el subte, principalmente durante los cotidianos trayectos al trabajo, en un ameno viaje de placer acompañados por los amigos y conocidos dignamente ganados en las redes sociales.

Internet ha hecho posible que la comunicación no se corte por razones de costo y que continúe abierto el diálogo en los lugares inhóspitos donde no tenemos nada que hacer, ni que mirar, como ocurre en los subtes y también en los ascensores de los edificios de más de veinte pisos.

El diálogo entre amigos puede comenzar ni bien salen de su casa en plena calle, sin advertir el peligro que corren al cruzar la calle mientras hablan por teléfono; o bien comienza en la estación del subte, mientras se espera al tren. Sólo se interrumpe unos segundos para ingresar a empujones en el convoy, corriendo el riesgo de que en la estampida y el amontonamiento que se produce en el abordaje se pierda el apreciado adminículo que les promete una existencia más feliz en el mundo virtual.

La marea humana se acomoda de cualquier manera, la mayoría con la sola pretensión de poder mantener ambas manos sobre el celular para poder digitar cómodamente el teclado sin titubear.

¡Qué placer sin límites contar con los últimos avances de la tecnología en los momentos agobiantes en que el fantasma de la nada intenta infructuosamente obligarnos a concentrarnos en nosotros mismos.

La pantalla se ilumina y nosotros también porque sabemos que del otro lado está el otro u otros, que tan aburridos como nosotros están dispuestos a compartir su tedio con nosotros.

Levantamos la vista por un momento y vemos que la mayoría a nuestro alrededor también está aferrada como náufragos en alta mar a su teléfono como al cordón umbilical, digitando frenéticamente con ambas manos su teclado para poder mantener una animada conversación.

Para el extraño pasajero que es capaz de viajar en el subte sin sacar su celular del bolsillo, puede resultarle casi dantesco y en cierto modo de otro mundo ese grupo de seres solitarios que tratan de escapar del entorno para conectarse con otra dimensión espacial, intentando evadirse de las forzadas limitaciones del tren .

Después de todo ¿qué se puede hacer durante un viaje en subte más que hablar por teléfono?

Diríamos que se podría mirar por la ventanilla y ver cómo las luces del túnel se suceden una detrás de la otra produciendo un efecto hipnótico al que es difícil escapar. O tal vez se podría intentar observar a los pasajeros distraídamente uno a uno como al pasar y sin detener la mirada para no llamar su atención y descansar en ellos la fatiga de buscar infructuosamente otra fuente de distracción.

También es entretenido leer toda la publicidad que se exhibe en ese vagón hasta poder recitarla de memoria y convencerse de la conveniencia de tener un seguro de vida, un servicio de medicina prepaga o de las bondades de un jabón. Pero no resulta tan divertido si se trata de una propaganda que vemos todos los días, en ese mismo vagón.

Vivir un hueco espacio temporal llena a la gente de ansiedad, tal vez porque la obliga a pensar y la gran mayoría tiene miedo de sumergirse en lo más profundo de sí misma para enfrentar la realidad, para decidir por fin tomar la decisión que hace mucho está postergando sin necesidad, para imaginar nuevos proyectos y atreverse a soñar.

En su lugar, toma el celular, que además le brinda la ilusión de pertenencia y le quita la angustia de su genuina soledad.

La realidad es que hoy parece imposible llegar a relacionarse de verdad, por eso esa desesperación por poner un aparato por medio y evitar el contacto real. Tal vez porque se cree que todo vínculo quita la libertad, sin saber que no son los demás, que siempre es uno mismo el que se empeña en hacerse la zancadilla y así evitar llegar a Ser quien realmente Es.

Malena