Violencia en la Nueve de Julio


El final del campeonato mundial de fútbol significó para el equipo argentino un digno segundo puesto, sin embargo, para los hinchas que esperaban llegar primeros y ganar la copa, es probable que haya sido una frustración difícil de superar.

La tolerancia a la frustración es un signo de madurez, sin embargo, los hechos de ayer, que hoy nos avergüenzan a los argentinos nos demuestran que no todos lo logran.

La concentración pacífica de gente que se reunió ayer en la Avenida Nueve de julio desde temprano fue para alentar a los jugadores y expresar sus emociones como si estuvieran en la cancha, pero esta circunstancia fue aprovechada por los inadaptados de siempre que aprovechan el tumulto para cometer desmanes y atropellos, robar y convertir una fiesta deportiva en un lamentable episodio más de violencia.

Son pequeños grupos que se adueñan de las calles armados con palos y también con armas de fuego que logran con la violencia amedrentar a la multitud ocasionando destrozos, rompiendo vidrieras y llevándose todo lo que pueden.

Me entristece saber que también un grupo de argentinos cometió los mismos delitos en Brasil, el país anfitrión, mostrando ser unos delincuentes inadaptados acostumbrados a ocasionar disturbios, robar y atacar a quienes se interponen, no importa dónde se encuentren.

Este comportamiento de ciertos sectores de la población muestran que todavía en Argentina la educación sigue siendo una expresión de deseo pero no un hábito necesario para la convivencia, ya que si predomina la ley de la selva nadie estará seguro en ningún lado y nunca habrá poder de policía suficiente como para controlarlo.

Empecemos en el hogar a educar a nuestros hijos, a darles buenos ejemplos y hacer todo lo posible para que vayan a la escuela y pueden aprender un oficio; porque las patotas las forman los que no tienen nada que hacer y entonces dedican todas sus energías a aprovecharse de los esfuerzos de los demás.

Toda persona tiene que tener la oportunidad de educarse para poder vivir una vida digna, tener un trabajo, una familia y un lugar para vivir.

Si esto no se cumple viviremos en constante zozobra pagando el precio con nuestras pertenencias e incluso con nuestra propia vida.

Es en estas ocasiones cuando se puede apreciar el nivel de educación y el grado de salud mental de un pueblo, o sea, cuando sus habitantes tienen la oportunidad de visitar otro país o cuando vienen a visitarnos los extranjeros.

No sigamos aumentando nuestra mala fama de vanidosos y soberbios, porque eso muestra complejo de inferioridad, pretender considerarse superior cuando en el fondo no pueden evitar tener la convicción que no son capaces de hacer nada constructivo, de mejorarse, de salir de la mediocridad, ni de esforzarse.

Malena