Durante
el campeonato mundial de fútbol la gente disfrutó compartir la emoción de los
partidos con amigos, familiares y hasta con desconocidos.
Cuando
muchas personas comparten el mismo sentimiento se produce entre ellos una
oleada de camaradería y regocijo que
diluye cualquier enemistad o
desencuentro y deja como resultado un genuino deseo colectivo de que se cumpla
el propósito común, o sea en este caso, obtener el máximo galardón.
Pero
lo mismo ocurre en otros niveles, las personas tienden a fusionarse entre sí en
toda situación de alegría y entusiasmo colectivo en las que desaparecen como
por encanto todas las diferencias; aunque cuando la euforia termina es usual
que vuelvan a surgir los demonios que nos separan.
Mientras
no nos une ningún acontecimiento común que no llene de esperanza y contento,
volvemos a reiterar nuestra habitual actitud de desconfianza en los otros y
renace nuestro modo de ser individualista y sectario frente a ellos.
Cada
acontecimiento colectivo de regocijo nos une con lazos invisibles y nos permite
derribar fronteras hasta que todo vuelve a la normalidad y todos nos volvemos insensibles y aparentemente
autosuficientes.
Nuestra
cultura ha olvidado la necesidad humana que se expresaba a través de la
práctica tribal del éxtasis colectivo como parte esencial y cotidiana de la
vida en una comunidad, durante la cual se exteriorizaban las emociones
colectivas, se honraba a los espíritus de los muertos y se festejaban los
felices acontecimientos.
Estas
manifestaciones de éxtasis y alegría que todos compartían tenían propósitos comunes, como eludir la monotonía cotidiana, sobrellevar la adversidad, no sentirse solos, enfrentar los miedos, liberarse del ambiente doméstico y de la rutina diaria; mientras el sonido de los tambores y la danza frenética eran la dos formas habituales de contagiar el fervor
colectivo.
Estos
rituales tenían una función compensadora y transformadora; porque por un lado
aliviaban las presiones sociales y morales y por otro, ese júbilo colectivo conducía
a trascender a un estado de conciencia más elevado y a reconocer un
principio superior al lograr experimentar algo mucho más grande que ellos
mismos.
Los
festivales de rock de la actualidad expresan en buena medida la necesidad de
todo ser humano de fundirse en el otro y de llegar a ser uno, adquiriendo el
significado de una ceremonia ritual donde se pierde la noción de las
diferencias.
Las
comunidades humanas no son tan diferentes de las colmenas porque la cohesión
masiva llega a producir la pérdida de la conciencia individual y hasta el propio
instinto de conservación.
La
necesidad de vivir en comunidad es vital desde el punto de vista afectivo y
existencial, pero a la vez tiene un propósito superior que es espiritual, o sea
desarrollar vínculos que nos ayuden a crecer, a elaborar proyectos
constructivos, a ser más felices y hacer de este mundo un lugar lleno de
sentido.
Malena
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