¿Me defiendo de mi pareja o me entrego?


En este mundo que vivimos, nos hemos acostumbrado a vivir a la defensiva, por temor a ser defraudados, estafados o engañados, por miedo a perder dinero, posiciones, o para evitar que se aprovechen de nosotros.

Pero esa actitud ¿nos hace más felices?; porque el que vive a la defensiva no cree en nada ni en nadie, sólo cree que el que se le acerca o se muestra amistoso con él es por conveniencia, y tiene la plena certeza que no existen seres humanos capaces de dar sin esperar recibir algo a cambio.

No se dan cuenta que cuando se defienden, están oponiendo resistencia a los sucesos y no aceptando que las cosas fluyan como son;  y esa actitud tiene el poder de cambiar el curso de los acontecimientos y también a las personas.

Muchas veces nos damos cuenta que en ciertas ocasiones, si nos hubiéramos callado a tiempo y no hubiéramos reaccionado, las cosas hubieran salido mejor.

No se trata de renunciar a nuestra capacidad de elegir, porque aunque no elijamos, también estamos eligiendo, sino de evaluar honestamente si  empecinarnos en defender una posición,  resulta objetivamente ser la mejor opción.

Existe gente capaz de hacer cosas por amor, sin ningún interés personal; y también existen quienes venden todo lo que hacen al mejor postor.

El que puede hacer cosas por amor tiene una visión más amplia de la realidad, no ve fragmentos, ve totalidades y puede visualizar el fin último.

Hacer las cosas por amor es algo reservado solamente a la gente superior, que es la que puede ver más claro el sentido de la vida, la que puede independizarse de las gratificaciones materiales y darse cuenta que existe una mayor satisfacción personal, más profunda y auténtica que es poder amar sin condiciones, sin esperar recompensa alguna, ni reciprocidad, sin exigir nada a cambio y aceptando a quienes aman como son.

Porque la verdadera gratificación no es ser amado sino tener a alguien a quien amar.

Cuando el amor es verdadero no se perciben las pequeñeces, sólo se puede ver lo bueno que tiene una persona y únicamente el amor auténtico y desinteresado, es el que tiene el poder de hacer que se manifieste esa bondad.

Si hay amor auténtico no habrá deslealtades, ni traiciones, desaparecerán las mentiras como por encanto, florecerá la armonía, habrá pasión y entrega.

El amor verdadero tiene poder de transformar el barro en oro, pero para que alquimia se produzca es necesario amar sin condiciones, sin temor, con plena confianza en uno mismo, sin especular y dejando libre al otro; porque tener un esclavo al lado no es el resultado del amor, es el beneficio relativo que produce la dominación y porque un esclavo odia a su opresor; y sólo el que es libre puede amar de verdad.

¿Por qué los hombres mienten y traicionan a sus mujeres?  Porque están a la defensiva y no se entregan, porque se aburren de ellas, porque se cansan de que sus mujeres nunca los sorprendan,  que no se atrevan a tomar decisiones personales, ni hacer algo por sí mismas.

Hay muchas mujeres que no tienen ningún interés en descubrir su potencial ni de hacer algo más con sus vidas que lo que se espera de ellas, que no se les ocurre ser creativas ni crecer como personas, que no tienen inquietudes personales ni deseos de hacer felices a los demás;  en cambio se complacen en ocuparse de cosas triviales, como estar pendientes de los mensajes que aparecen en el celular de sus novios, oponer resistencia a todas sus iniciativas, competir con ellos y cansarlos con sus suspicacias y su banal egoísmo.

El amor es entrega y defenderse expresa el temor de perder la imagen “cool”, esa inútil caricatura de uno mismo que se parece a todos y a ninguno, que no nos identifica sino que nos masifica, y que cuesta tanto mantener, porque es pura máscara.

Defiendo mi imagen de una traición, pero ¿hasta qué punto es responsable el que traiciona y qué parte le toca al traicionado?

¿El traicionado es siempre una víctima o es la condición que él necesita para cometer la traición?.

En un triángulo amoroso ninguno de los tres es inocente.



Malena