Caminaba distraídamente por la calle Florida y de vez en cuando me detenía frente a alguna vidriera.
De pronto me detuve, al ver la apariencia de un hombre que, apoyado en la pared de la esquina más próxima, parecía la imagen fiel de un malevo del siglo pasado.
Vestía de negro y llevaba un sombrero antiguo que cubría a duras penas su larga melena grasienta.
Tenía una cara siniestra con profundas ojeras y una cicatriz que le cruzaba el rostro de oreja a oreja.
MIraba hacia abajo como queriendo ocultarse inútilmente debajo del ala de su sombrero.
Era flaco como una calavera, se le podían ver los huesos de la cara de lejos, tenía unos pantalones bombilla que acentuaban su extrema delgadez y un lustroso saco con el cuello de raso muy antiguo que hacía juego, que relucía en ese atardecer.
Parecia salido de un dibujo de un almanaque de Molina Campos, que eran tan populares en esa época.
Como todo hombre alto, lucía encorvado como si no pudiera aguantar el peso de sus hombros huesudos. Les puedo asegurar que su imagen no parecía real sino una caricatura de cartón.
Nadie reparaba en él aunque pasaran a su lado; era como si yo sola lo pudiera ver, formando parte del decorado.
Me acerqué a una vidriera que estaba enfrente para poder verlo mejor sin que él lo advirtiera. Estaba siempre en la misma posición como si estuviera clavado. De no ser por el humo del cigarrillo que salía por su nariz, parecia una estatua viviente como se ven ahora.
Recorrí toda la vidriera de ese negocio de punta a punta sin sacarle los ojos de encima, y me estremecí cuando al darse cuenta que lo estaba mirando me sonrió con una mueca macabra, dejando al descubierto un diente de oro que sobresalía de su despareja y amarillenta dentadura.
Sin duda era un hombre muy extraño. Me pregunté quién sería y de dónde vendría. Tal vez era un turista, un actor de algún teatro en un momento de descanso o tal vez un personaje de un cuento de Borges que habia huido de la ribera del antiguo Arroyo Maldonado.
No pudiendo satisfacer del todo mi curiosidad, me rendí y seguí caminando. Pasé a su lado con miedo y sin mirarlo; y muy pronto lo perdí de vista.
Tomé el subte y llegué a casa. No podía olvidar la imagen de ese hombre tan peculiar que parecia más el personaje de un sueño que alguien real.
Ni bien entré, prendí la computadora y busqué en internet imágenes de hombres peculiares como él y con asombro, encontré a alguien que era su vivo retrato.
Tal como lo imaginaba, se trataba del dibujo de un personaje de un cuento de Borges, aquel que se había entreverado en una pelea y que había sido asesinado a cuchilladas en una trifulca entre guapos, cerca de la antigua pulpería que existía en esos tiempos en una oscura esquina de Palermo Viejo.
Entonces ¿quién habia sido la persona que había visto yo en esa esquina de la calle Florida? ¿fue una alucinación, una argucia publicitaria, un artista de circo o un personaje que se escapó del escenario? Seguramente nunca lo llegaré a saber, tal vez tuve la visión del cuento de Borges, porque sus personajes no eran de carne y hueso, eran los seres orilleros y pendencieros que él imaginaba que solían frecuentar los lugares donde él nunca estuvo pero que en sus cuentos tan bien pudo describir.
Como todo hombre alto, lucía encorvado como si no pudiera aguantar el peso de sus hombros huesudos. Les puedo asegurar que su imagen no parecía real sino una caricatura de cartón.
Nadie reparaba en él aunque pasaran a su lado; era como si yo sola lo pudiera ver, formando parte del decorado.
Me acerqué a una vidriera que estaba enfrente para poder verlo mejor sin que él lo advirtiera. Estaba siempre en la misma posición como si estuviera clavado. De no ser por el humo del cigarrillo que salía por su nariz, parecia una estatua viviente como se ven ahora.
Recorrí toda la vidriera de ese negocio de punta a punta sin sacarle los ojos de encima, y me estremecí cuando al darse cuenta que lo estaba mirando me sonrió con una mueca macabra, dejando al descubierto un diente de oro que sobresalía de su despareja y amarillenta dentadura.
Sin duda era un hombre muy extraño. Me pregunté quién sería y de dónde vendría. Tal vez era un turista, un actor de algún teatro en un momento de descanso o tal vez un personaje de un cuento de Borges que habia huido de la ribera del antiguo Arroyo Maldonado.
No pudiendo satisfacer del todo mi curiosidad, me rendí y seguí caminando. Pasé a su lado con miedo y sin mirarlo; y muy pronto lo perdí de vista.
Tomé el subte y llegué a casa. No podía olvidar la imagen de ese hombre tan peculiar que parecia más el personaje de un sueño que alguien real.
Ni bien entré, prendí la computadora y busqué en internet imágenes de hombres peculiares como él y con asombro, encontré a alguien que era su vivo retrato.
Tal como lo imaginaba, se trataba del dibujo de un personaje de un cuento de Borges, aquel que se había entreverado en una pelea y que había sido asesinado a cuchilladas en una trifulca entre guapos, cerca de la antigua pulpería que existía en esos tiempos en una oscura esquina de Palermo Viejo.
Entonces ¿quién habia sido la persona que había visto yo en esa esquina de la calle Florida? ¿fue una alucinación, una argucia publicitaria, un artista de circo o un personaje que se escapó del escenario? Seguramente nunca lo llegaré a saber, tal vez tuve la visión del cuento de Borges, porque sus personajes no eran de carne y hueso, eran los seres orilleros y pendencieros que él imaginaba que solían frecuentar los lugares donde él nunca estuvo pero que en sus cuentos tan bien pudo describir.
Malena
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Muy bueno!!!
ResponderEliminarMuy bueno!!!
ResponderEliminarMalena.🌹🌹
Muy lindo Male..!!! Gracias
ResponderEliminarMuy bueno!!!
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