No seas la madre de tu marido - Psicología Malena Lede




No hay nada más insoportable que una mujer que se empeña en educar a su marido de acuerdo a sus propios parámetros.

A pesar del enorme avance de la tecnología y el cambio de las costumbres, los hombres siguen buscando para casarse a mujeres que sean como su madre. Así se condenan a seguir bajo el yugo de alguien que pretende seguir educándolos y perfeccionándolos.

Claro que cuando una mujer recién conoce al que será su marido, le resulta perfecto, pero como en la convivencia no se puede aparentar lo que uno no es, ni bien se casan comienzan a aparecer los supuestos defectos.

Al otro hay que aceptarlo como es, con sus virtudes, con sus defectos y con su modo diferente de pensar, porque después de todo no es la perfección lo que nos atrae de una pareja sino el hecho de ser como es.

¿Qué es la perfección? ¿Acaso hay alguien que sea perfecto, que se asemeje al ideal, a lo mejor, a lo excepcional o al extremo?

La perfección no existe y el que se atreve a ser perfeccionista se vuelve obsesivo, reduce la realidad a su propia óptica y no puede admitir los grises.

La búsqueda de la perfección es necesaria como motor de la acción pero se convierte en una enfermedad cuando se transforma en una forma de pensamiento excluyente del todo o nada y se pretende la perfección también en su entorno.

La persona perfeccionista tiene poca tolerancia a la frustración y a la crítica y conduce a la adquisición de adicciones.

Los perfeccionistas se dejan llevar por las apariencias, se pueden aferrar a sus posesiones antes que a lo que realmente les gusta y prefieren relacionarse con personas que pueden reportarles algún interés; son siempre productivos y no se pueden relajar porque su alta auto exigencia los lleva a la búsqueda permanente de la excelencia.

¿De dónde vienen las supuestas normas que los esclavizan para algún día alcanzar la perfección, no sólo para sí mismos sino también para quienes se encuentran a su alrededor?

Esas normas con las cuales se han identificado, provienen de los ideales no alcanzados de sus padres, o sea de todo lo que hubieran deseado ser pero no fueron.

No se puede obligar a otro a vivir como pretende uno, aunque este otro sea el marido.

El otro siempre tendrá defectos pero el deseo de cambiar es un mandato interno, absolutamente personal.

Además no podemos cambiar a nadie, sólo podemos intentar cambiar nosotros mismos, entonces es cuando se produce un milagro: los demás también cambian.

Malena