Este es un fenómeno que se observa generalmente en personas que tienden a obsesionarse con ciertos
lazos de afecto y también con las cosas.
El acoso es el intento irracional de recrear
antiguos vínculos perdidos, ya sea personal o comercial, de reclamar supuestas
deudas morales, psicológicas o económicas, o de rebelarse por una frustración o
una pérdida que no se ha podido aceptar.
O sea, que el acoso es el reclamo enfermizo que hace
una persona cuando no puede incorporar el fin de una relación o no puede
conseguir concretar un propósito.
Puede ser sutilmente manifiesto pero tenaz, terminar
con la paciencia de la persona más sensata y principalmente durar mucho tiempo,
como para desgastar cualquier resistencia.
Lo peculiar de un acosador es que nunca se da por
vencido, que continúa “pegado” al objeto de su obsesión aún sabiendo que lo que
anhela jamás sucederá y que hace caso
omiso de cualquier señal de rechazo.
Suele aferrarse a su delirio e imaginar sus
ilusiones realizadas, dando por hecho su vano propósito y actuando en
consecuencia.
Un acosador tiene una manera diferente de
interpretar la realidad, ve sólo lo que quiere ver y ninguna otra cosa; tampoco entiende razones ni justificaciones, por eso es difícil desalentarlo o rechazarlo.
Ante la posibilidad de sufrir acoso de cualquier
índole, lo mejor es hacer una denuncia, con la esperanza de que la intervención
de la justicia ponga fin a esa persecución, que muchas veces puede poner en
peligro la integridad de una personas. Porque el acoso puede ser el síntoma de una enfermedad mental grave que puede llevar al acosador a cometer un
crimen.
Por eso, para prevenir y evitar cualquier acto de violencia, ante una experiencia de acoso, es importante realizar cuanto antes la
denuncia correspondiente.
Malena Lede - Psicóloga
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