Cuando una persona
próxima que amamos está sufriendo una enfermedad grave, con la posibilidad
concreta de su desaparición física, podemos experimentar un duelo anticipatorio
privado, a veces más profundo que el sentiremos
después de la pérdida.
La muerte es el fin
del sufrimiento para el moribundo y para sus allegados, pero la agonía puede ser más cruel y dolorosa tanto
para el que yace en su lecho de muerte como para sus familiares cercanos.
Experimentar el
duelo anticipatorio puede facilitar el proceso de duelo por la pérdida, pero
también puede ser un doble duelo que no termina nunca de aceptarse.
Cuando falleció mi
padre, después de haber padecido Esclerosis Lateral Amiotrófica durante varios
años, con todo lo que eso significa, mi madre, mis hermanas y yo ya lo habíamos
llorado en vida durante mucho tiempo. Sin
embargo, la aceptación del proceso de duelo fue difícil porque cada experiencia
de pérdida renovaba el dolor de esa pérdida.
Su muerte fue el
fin de su calvario, pero su desaparición física nos dejó un sabor amargo y la rebeldía
de no poder aceptar por mucho tiempo el hecho inevitable de verlo perder día a
día todas sus fuerzas.
Las cinco etapas
del duelo, que son 1) la negación, 2) la ira, 3) la negociación, 4) la
depresión y 5) la aceptación, son vividas en forma personal, porque no existe
un patrón similar en todos los casos, cada uno pasa por esas etapas a su
manera.
La negación no
significa auto engañarse sobre la realidad de una enfermedad terminal o de la
muerte sino la imposibilidad de creer que esa persona ya no va a estar más con
nosotros y que jamás la volveremos a ver.
La ira es un enfado
generalizado, contra uno mismo por no haber hecho lo suficiente, contra los
médicos que no pudieron hacer lo imposible, contra la adversidad que nos pone
en esa situación dolorosa o contra Dios que a pesar de nuestros ruegos no quiso
salvarlo. Sin embargo, la ira es parte
del proceso curativo.
La negociación es
el empeño en retroceder en el tiempo y hacer las cosas diferentes para evitar
que ocurra lo inevitable. Jurar cambiar, hacer cualquier cosa para no sentir el dolor
de la pérdida.
A la negociación le
sigue la depresión, cuando el duelo alcanza su nivel más profundo. Es la respuesta natural y normal a la
pérdida; una sensación de vacío que parece que nunca terminará, la pérdida del
sentido de la existencia, la dificultad para levantarse, para vestirse, para comer,
para salir, para seguir viviendo. Se
pierde el interés en todo y ya nada puede atraer.
Esto es normal, lo
anormal sería hacer como si nada pasara o tomar antidepresivos para no sufrir.
En estos días, la
moda o el miedo a la muerte, tratan de evitar el proceso de duelo. De pronto
desaparece una persona y nadie se entera en el barrio porque no se realiza
velatorio y sólo acompañan al féretro hacia su destino final los más próximos.
La gente así,
desaparece sin dejar rastros, y ante la incógnita nadie piensa que pudo haber
muerto, más bien quieren creer que se ha mudado, o que se ha ido de viaje por largo tiempo.
La aceptación no
significa que estamos felices de que esa persona se haya muerto sino que
aceptamos que su desaparición física es para siempre.
Es entonces cuando
podemos comenzar a disfrutar de la vida y a vivir de nuevo; y aunque el ser
querido será siempre irremplazable podremos establecer nuevas relaciones otra
vez, siempre y cuando le hayamos dedicado al proceso de duelo el tiempo necesario.
Malena Lede –
Psicóloga
Fuente: “Sobre el
duelo y el dolor”; Elisabeth Kübler-Ross; David Kessler.
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