Este trastorno
obliga a quien lo padece a evitar lugares donde se concentran muchas personas; sitios
completamente aislados o cualquier otra situación que no pueda abandonar con
rapidez; como por ejemplo un tren en movimiento que sólo para en una estación,
u otro transporte del que no pueda bajarse a voluntad; estar en una misa o en una ceremonia que no pueda
abandonar sin llamar la atención, hacer
una larga fila o tener que permanecer mucho tiempo en una sala de espera. Ésta es una condición que invalida y que lleva a evitar todos estos lugares y preferir
quedarse en casa.
Si usted es una
persona que está pasando por todo esto, tiene que saber que puede curarse
completamente y hacer una vida normal, aprendiendo a cambiar su conducta, sus
pensamientos y sus sensaciones.
Una persona puede
comenzar a tener miedo en cualquier situación y luego asociar ese miedo al
lugar donde le ocurrió; o sea que aprenderá a tener miedo a esos lugares y tratará
de evitarlos porque cree que podría enloquecer, perder el control, desmayarse o
hacer algo inapropiado que la avergonzará.
Sin embargo, las probabilidades
de que alguna de estas calamidades le suceda no son mayores que las del resto
de la gente que no sufre de este problema.
Un ataque de pánico
le puede suceder a cualquier persona sana, y también a quienes han vivido una
historia de ansiedad de separación en algún momento de sus vidas.
Si un agorafóbico
concurre a un evento que concentra mucha gente, seguramente elegirá sentarse
cerca de la salida, también preferirá vivir en pisos bajos y evitará los
ascensores, no hará viajes largos en tren ni en bus, en cambio se sentirán
cómodos viajando en automóvil siempre que no haya mucho tráfico.
Suelen establecer
una relación de dependencia con personas que les inspiran confianza y temen
quedarse solos.
Las consecuencias
de la agorafobia son muchas; algunos se niegan a tomar medicamentos y otros se
hacen adictos a los tranquilizantes o al alcohol para disminuir la tensión. Suelen sentirse deprimidos, principalmente
por sentirse cada vez más limitados en su acción; pierden las energías y se
sienten vacíos e incomprendidos, pero se esfuerzan por parecer “normales” y por
mantener su problema en secreto.
La cura implica ir
sumergiéndose de a poco en las situaciones fóbicas, o sea todas esas cosas que siempre
desearon hacer pero que no hacían porque tenían miedo.
La técnica es la
misma que se recomienda para cualquier otra fobia; enfrentar lo temido mediante
la desensibilización progresiva, manteniéndose relajado y respirando con el abdomen.
Concentrar la
atención en la respiración impide los pensamientos obsesivos y asociar esa
situación en particular con un estado relajado permite liberarse del temor y aceptar
la situación con naturalidad.
Malena Lede -
Psicóloga
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