Las historias de
superhéroes suelen fascinar a grandes y chicos, seguramente porque en el fondo
todos quisiéramos vivir una epopeya épica, una aventura tras otra defendiendo
el bien y tratando de controlar el mal; y ser reconocidos como héroes capaces
de enfrentarse a las pruebas más duras y los desafíos más difíciles y salir airosos sin
un rasguño.
Como en lugar de
eso la mayor parte de la humanidad es gente común que tiene que tiene que
trabajar para vivir y desarrollar una vida normal sin grandes altibajos, con la
esperanza de ser felices, los superhéroes representan la expresión de nuestros
deseos inconscientes de grandeza, gracias a sus poderes especiales que les
permiten trascender las limitaciones del cuerpo.
Son superhumanos, que
dotados de atributos físicos excepcionales pueden volar, caminar por las
paredes, controlar una muchedumbre, dejar fuera de combate a todo un
regimiento, levantar camiones, sostener aeroplanos, rescatar trasatlánticos en
peligro y hasta detener meteoritos que amenazan con caer a la Tierra. Pero
también son intachables, honestos, leales e incansables y siempre dispuestos a hacer
justicia, a defender a los más desvalidos y vulnerables y a desbaratar con su
extraordinario poder los siniestros planes de los “malos”.
Los superhéroes
modernos se tienen que enfrentar hoy a nuevos desafíos, como el avance
tecnológico, la contaminación ambiental, las guerras ideológicas y religiosas; el
narcotráfico, la discriminación racial, la desigualdad social o el hambre. Necesitan
dirigir su poder a solucionar los nuevos problemas de la humanidad ayudados por
la imaginación de quienes los han creado y les han dado vida, o sea sus
autores.
Todos somos
superhéroes en potencia, capaces de enfrentarnos a cualquier desafío sólo con
nuestro poder mental y nuestra creatividad.
Los superhéroes
tienen poderes mágicos para cambiar el mundo pero la humanidad tiene el ingenio
y el potencial para hacer que lo mágico sea posible.
Malena Lede -
Psicóloga
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