La experiencia nos suele volver más audaces; es
cierto, y toda la seguridad que hemos aprendido hace que nuestro comportamiento
se torne más audaz.
La vida sin una mínima sensación de inseguridad puede
llevar a las personas a tener comportamientos temerarios para sentirse vivos y
a sobre estimar sus propias capacidades.
Desde el punto de vista evolutivo, el deseo de
asumir riesgos es una necesidad evolutiva; ya que si el miedo no nos permitiera
innovar seguramente no habríamos superado la edad de piedra.
Sentirnos seguros y protegidos puede incrementar
nuestra audacia notablemente en forma voluntaria.
Algunos continúan teniendo sexo sin protección
confiados en la píldora del día después que en principio, reduce el riesgo a
contraer una posible infección de VIH en un 80 por ciento; sin embargo ese
riesgo termina siendo el mismo o incluso mayor que antes, cuando se actúa en
forma más irresponsable.
Los automóviles cuentan con muchos mecanismos de
seguridad contra posibles accidentes, pero no son suficientes para prevenir
accidentes, también necesitan ser manejados en forma responsable.
Probarse a sí mismo es un desafío difícil de ignorar
porque pone en juego la capacidad para
la acción y eleva la autoestima.
Un esquiador experimentado ya no se conforma con
deslizarse cómodamente sobre la pista fácil, necesita pistas escarpadas y hasta
con la amenaza de aludes, lo que representa un reto más digno para él.
La excesiva confianza en las propias habilidades es
siempre mayor que la verdadera capacidad de nuestro rendimiento, por eso muchas
personas se arriesgan más de la cuenta.
Cuanta más seguridad nos brindan los más modernos
equipos de protección, más audaces nos comportamos para obtener la sensación de
inseguridad que nos hace sentir vivos.
Malena Lede - Psicóloga
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