LA VIDA SENCILLA EN EL CAMPO - Psicóloga Malena Lede

Alguien hoy me contó cómo viven sus padres en pleno monte santiagueño de Argentina.

En medio de la inmensidad del campo, sólo con la compañía de los árboles y de los animales que crían, viven en una casa de adobe, amasando su pan y cuidando su huerta.

Se encuentran a unos kilómetros del pueblo más cercano y cuando necesitan algo llaman a un remise con un antiguo teléfono inalámbrico a pila que les llevó su hija que vive en Buenos Aires; pero  además cuentan con una pequeña moto para urgencias.

La vida en Santiago del Estero es muy tranquila.  En verano, debajo de los frondosos árboles que los circundan se protegen del intenso calor; mientras en invierno una salamandra que reina en el medio de la casa les brinda el abrigo que necesitan.

Loa padres de esta persona que conozco, se levantan a las cinco de la mañana y después de tomar mate se dedican a los quehaceres domésticos y a atender la huerta y los animales.

A las ocho de la noche ya están en la cama, porque en el campo se vive en función de la salida y la puesta del Sol.

No tienen luz eléctrica porque la red no llega a los lugares despoblados;  ni tampoco agua corriente; pero pasa todos los días el aguatero, que les deja llenos varios pequeños tanques para regar y para todas las demás necesidades, servicio que les cuesta $500.- pesos mensuales.

Son personas mayores sanas que haciendo una vida sencilla en contacto con la naturaleza y al ritmo del sol, parecen no aburrirse ni padecer de conflicto alguno.

Los hijos se han ido a la ciudad y ellos quedaron solos.  ¿Quién puede asegurar que los que se han ido podrán ser más felices que ellos en la jungla de asfalto?

En el silencio del campo se puede permanecer en estado de meditación casi todo el día ya que sólo es quebrado por el canto de los pájaros, permitiendo introducirse en el mágico universo del no pensamiento.

Porque es verdad que son los pensamientos los que nos agobian, nos enferman y nos matan.

La vida en el campo es una experiencia que obliga a las personas a enfrentarse consigo mismas; a concentrarse en el trabajo, a prescindir de muchas diversiones y de hacer nuevas amistades, porque en el campo todos se conocen.

Ese sentimiento de pertenencia no existe en las grandes ciudades donde las personas pueden ser anónimas aún conviviendo con otras en el mismo edificio.

Por eso, las ciudades más grandes y populosas son los mejores lugares para ocultarse. Cómo saber quién vive al lado si la gente apenas se saluda y mantiene su intimidad a buen resguardo.

En los pueblos chicos todos saben la historia de cada uno desde que nace; incluso desde antes de haber nacido.  Se conocen los padres y los abuelos como si todos fueran de la misma familia.

Qué es mejor?  No lo sabemos.  Los que viven en el campo se cansan de que los demás lo sepan todo de ellos  y les adivinen hasta los pensamientos; y los que viven la ciudad, cuanto más grande y más numerosa sea también se cansan de la soledad que se siente entre la muchedumbre y del aislamiento.

La realidad es que en el campo, cualquiera sea el país donde uno viva, la vida suele ser más dura y el trabajo más arduo, mientras que en las grandes ciudades los trabajos exigen menor esfuerzo físico y por lo general, salvo excepciones, la actividad laboral se desarrolla en lugares confortables y resguardados de los rigores del clima.

Es un hecho comprobado que desde la revolución industrial,  el éxodo del campo a las ciudades en todo el mundo es algo inevitable.  En Europa hay muchos pueblos fantasmas donde no ha quedado nadie; un fenómeno que tiende a repetirse en todas partes.