Después de siete meses en Londres, Martha y su familia volvieron a Buenos Aires, donde todo parecía haber cambiado, o ¿serían ellos los que estaban diferentes y veían las cosas desde otra perspectiva?
La empresa les alquiló un amplio piso en el barrio de Belgrano. Al principio todo era confusión, les hacían falta muebles, necesitaban cortinas, cosas para la cocina y alguien que ayudara en la casa porque el departamento era grande y las tareas domésticas muchas.
Después, cuando todo pareció estar en orden, Julio ocupado con su trabajo y los chicos con la escuela, Martha se dio cuenta que ella era la única que no tenía algo especial en que ocuparse, algo que fuera solo de ella, que la ayudara a seguir creciendo para llegar a ser más ella misma.
Comenzó a sentir que se aburría, que no tenía mucho que hacer, que los días eran muy largos, que estaba sola, que lo más excitante del día era leer el diario y que Buenos Aires era una ciudad donde todos estaban ocupados haciendo algo.
¿Y ahora qué? Se preguntaba; tengo que hacer algo, pero qué? Se decía a ella misma.
- Trabajar a esta altura imposible, ya tengo 35 años y dos hijos, no hay trabajo para mi ni estoy dispuesta a hacer cualquier cosa para ganar dinero, ya que afortunadamente no lo necesito.
Además, ¿qué trabajo es ese que podría encontrar? Seguramente estar todo el día en una oficina haciendo tareas que no me interesan…
Entonces, si no me dedico a ganar dinero tendré que dedicarme a gastarlo.
Martha tenía un problema existencial que comenzó cuando dejó de trabajar pero que las circunstancias fueron postergando.
Tenía que pensar en algo pronto porque ya se estaba poniendo de mal humor, comprometida nada más que con las tareas domésticas.
Tenía la secreta intuición que leyendo el diario encontraría lo que necesitaba, aunque no supiera bien qué era; y no se equivocaba.
Estaban por comenzar las clases en los niveles terciarios y se publicaban grandes avisos de universidades privadas que ofrecían todo tipo de carreras.
¿Otra carrera universitaria? ¿Por qué no?, pero esta vez algo que le gustara, aunque no le sirviera nada más que para saber las cosas que le interesaban.
Filosofía y Letras, Sociología, Psicología Social, Psicología Clínica. Tiene que ser una de estas carreras, una carrera humanística que tenga cosas interesantes para leer.
Psicología comenzaba el primero de abril y se cursaba de lunes a viernes de dos a cinco de la tarde. Un horario accesible para ella, justo a la hora que los chicos estaban en el colegio, ¿qué tal si fuera a averiguar cuánto cobraban?, porque eso también era un tema, ya que comprometer la economía familiar haciendo algo sólo para calmar la ansiedad y el aburrimiento, podía hacer sentir culpable a cualquiera.
Pero ella tenía sus propios ingresos y no necesitaba consultar a nadie para administrarlo. Claro que tendría que despedir a la empleada con cama y tomar una señora por horas, porque no podía esperar que su marido estuviera contento con sus planes y la apoyara.
Es que Julio era un hombre bueno pero celoso, acostumbrado ahora a que ella estuviera en casa, a que no tuviera más obligaciones que atenderlo a él y a los chicos. Iba a ser difícil convencerlo y conseguir su apoyo.
En eso estaba pensando cuando sonó el timbre. Era Julio que ese día, como nunca, volvió más temprano del trabajo y que cuando entró pareció leerle la mente.
- Hola, ¿qué estás haciendo?, ¿hay algo interesante en el diario?
- Si, salió la publicidad de una Universidad privada con carreras que me interesan
- ¿Otra carrera?
- Si, pero nada que ver con lo que hice antes
- No vas a poder
- ¿Por qué?
- Porque no va a ser fácil, tienes que ocuparte de la casa y de los chicos, es imposible.
- Quiero intentarlo por lo menos, no puedo seguir con esta vida en función tuya, los años pasan y yo estoy viviendo a tu sombra.
- Hasta ahora no te puedes quejar, la vida que hemos hecho, lo que hemos viajado y conocido. Si hubieras seguido con tu trabajo y yo no hubiera aceptado el traslado probablemente las oportunidades de viajar como lo hemos hecho serían mínimas.
- Ya se, pero yo vivo en el presente y esta realidad no me gusta.
- No siempre las cosas son como nos gustan
- Es cierto, pero está en nosotros cambiarlas
- Como quieras.
El como quieras de Julio era el fin del diálogo, siempre había sido así y seguía siéndolo y posiblemente seguiría siéndolo siempre.
Martha nunca esperó el apoyo de su marido en sus decisiones, y cuando tenía una iniciativa sabía que no tenía que contar con él porque eran muy diferentes.
Pero sentía que lo más importante era que desde que había leído ese aviso las cosas parecían verse diferentes.
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La empresa les alquiló un amplio piso en el barrio de Belgrano. Al principio todo era confusión, les hacían falta muebles, necesitaban cortinas, cosas para la cocina y alguien que ayudara en la casa porque el departamento era grande y las tareas domésticas muchas.
Después, cuando todo pareció estar en orden, Julio ocupado con su trabajo y los chicos con la escuela, Martha se dio cuenta que ella era la única que no tenía algo especial en que ocuparse, algo que fuera solo de ella, que la ayudara a seguir creciendo para llegar a ser más ella misma.
Comenzó a sentir que se aburría, que no tenía mucho que hacer, que los días eran muy largos, que estaba sola, que lo más excitante del día era leer el diario y que Buenos Aires era una ciudad donde todos estaban ocupados haciendo algo.
¿Y ahora qué? Se preguntaba; tengo que hacer algo, pero qué? Se decía a ella misma.
- Trabajar a esta altura imposible, ya tengo 35 años y dos hijos, no hay trabajo para mi ni estoy dispuesta a hacer cualquier cosa para ganar dinero, ya que afortunadamente no lo necesito.
Además, ¿qué trabajo es ese que podría encontrar? Seguramente estar todo el día en una oficina haciendo tareas que no me interesan…
Entonces, si no me dedico a ganar dinero tendré que dedicarme a gastarlo.
Martha tenía un problema existencial que comenzó cuando dejó de trabajar pero que las circunstancias fueron postergando.
Tenía que pensar en algo pronto porque ya se estaba poniendo de mal humor, comprometida nada más que con las tareas domésticas.
Tenía la secreta intuición que leyendo el diario encontraría lo que necesitaba, aunque no supiera bien qué era; y no se equivocaba.
Estaban por comenzar las clases en los niveles terciarios y se publicaban grandes avisos de universidades privadas que ofrecían todo tipo de carreras.
¿Otra carrera universitaria? ¿Por qué no?, pero esta vez algo que le gustara, aunque no le sirviera nada más que para saber las cosas que le interesaban.
Filosofía y Letras, Sociología, Psicología Social, Psicología Clínica. Tiene que ser una de estas carreras, una carrera humanística que tenga cosas interesantes para leer.
Psicología comenzaba el primero de abril y se cursaba de lunes a viernes de dos a cinco de la tarde. Un horario accesible para ella, justo a la hora que los chicos estaban en el colegio, ¿qué tal si fuera a averiguar cuánto cobraban?, porque eso también era un tema, ya que comprometer la economía familiar haciendo algo sólo para calmar la ansiedad y el aburrimiento, podía hacer sentir culpable a cualquiera.
Pero ella tenía sus propios ingresos y no necesitaba consultar a nadie para administrarlo. Claro que tendría que despedir a la empleada con cama y tomar una señora por horas, porque no podía esperar que su marido estuviera contento con sus planes y la apoyara.
Es que Julio era un hombre bueno pero celoso, acostumbrado ahora a que ella estuviera en casa, a que no tuviera más obligaciones que atenderlo a él y a los chicos. Iba a ser difícil convencerlo y conseguir su apoyo.
En eso estaba pensando cuando sonó el timbre. Era Julio que ese día, como nunca, volvió más temprano del trabajo y que cuando entró pareció leerle la mente.
- Hola, ¿qué estás haciendo?, ¿hay algo interesante en el diario?
- Si, salió la publicidad de una Universidad privada con carreras que me interesan
- ¿Otra carrera?
- Si, pero nada que ver con lo que hice antes
- No vas a poder
- ¿Por qué?
- Porque no va a ser fácil, tienes que ocuparte de la casa y de los chicos, es imposible.
- Quiero intentarlo por lo menos, no puedo seguir con esta vida en función tuya, los años pasan y yo estoy viviendo a tu sombra.
- Hasta ahora no te puedes quejar, la vida que hemos hecho, lo que hemos viajado y conocido. Si hubieras seguido con tu trabajo y yo no hubiera aceptado el traslado probablemente las oportunidades de viajar como lo hemos hecho serían mínimas.
- Ya se, pero yo vivo en el presente y esta realidad no me gusta.
- No siempre las cosas son como nos gustan
- Es cierto, pero está en nosotros cambiarlas
- Como quieras.
El como quieras de Julio era el fin del diálogo, siempre había sido así y seguía siéndolo y posiblemente seguiría siéndolo siempre.
Martha nunca esperó el apoyo de su marido en sus decisiones, y cuando tenía una iniciativa sabía que no tenía que contar con él porque eran muy diferentes.
Pero sentía que lo más importante era que desde que había leído ese aviso las cosas parecían verse diferentes.
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